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erigió en su quinta un altísimo torreón en donde se encerraba y ni los miembros de su familia llegaban visitario.
Entre sus notables óperas rusas y alemanas figuran: Dimitri Dons, Roi; Los cazadores siberianos; La venganza; Tom el loco; Laya Rooky; Los hijos de las landas; Fer amor s; Los macabeos, Demón y Nerón. Todas.
aun siendo verdaderamente notables, no hubieran dado a su autor el crédito que alcanzó como pianista. Fué, en el concepto de muchos, el primer pianista del siglo pasado. El piano era su verdadero elemento.
Tocado por Rubinstein parecía animarse, y el artista arrebata ba al auditorio con su inagistral ejecución. Sacaba del piano verdaderos efectos de orquesta, y daba su ejecución tanta variedad, tanta espiritualidad, una fantasía tan seductora, que hacía desaparecer completamente la ingratitud del instrumento, aun tocándolo toda una velada. Por esto se le llamó el monstruo del piano.
Murió Rubinstein en Peterhof, una de las señoriales residencias de los tsares de Rusia. 20 de noviembre de 1894.
Los anteriores datos son extractados para esta revista, del Diccio.
nario Enciclopédico Hispano Americano.
Páginas Ilustradas aumenta hoy su galería de artistas célebres, con el retrato del gran pianista.
El trabajo manual «Si en la educación de las niñas hay algún punto esencial cuyo estudio no debe verse con indiferencia, ni rruclio menos con desprecio, es seguramente la enseñanza del trabajo manual. El saber más elevado no podría reemplazar el de esta ciencia modesta, la cual debe consagrar gran atención la señorita que quiera ser completamente educada.
Entre los pueblos más civilizados, las mujeres todas, sin distinción de clases sociales, desde las más humildes hasta las princesas mismas, se ocupan en los trabajos ma uales.
Alejandro el Grande enseñaba con orgullo sus súbditos los mantos de ricos bordados que le fabricaban sus hermanas.
Entre los israelitas eran las mujeres las encargadas de confeccionar las telas para los vestidos de los miembros de la familia. Las más encumbradas damas romanas observaban también esta costumbre, y el Emperador Augusto llevaba de ordinario trajes que hacían su mujer, su herinana y sus hijas.
Carlomagno hizo aprender a sus hijas labores manuales para evitar, según decía, que estuvieran ociosas, y procurarles un medio de atender personalmente sus necesidades, si alguna vez se encontraban en desgracia: y como nadie puede prever los reveses de la suerte, es de prudentes estar prevenidos para resistirlos.
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