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quier hora de la noche, por cualquier parte, aun sin armas se puede cualquiera pasear llevando un capital, sin peligro de salteadores, porque el pueblo costarricense no ha nacido para eso.
El mandador nos habló de la Llorona, con espanto. nos contó lo que era.
Lejos del valle de Garco Muñoz, y cerca del nacimiento del Reventazón, habitaba en los primeros tiempos de la Conquista, una bellísima mujer de origen ibero, llamada María, que era la dueña del pensamiento de un mozo del valle. Según cuentan las gentes no se encontraba en este suelo, pareja igual. Parecían el sol y la luna paseando por los bosques americanos. Se iban casar para colmar sus ensueños de dicha, pero como buenos católicos esperaban un sacerdote para que los uniera santamente. Alguien les había aconsejado que se juntaran vivir, pues en estas regiones incultas los hombres blancos, en medio de la agreste naturaleza, y pasando tantos trabajos, no estaban obligados guardar fórmulas de las que muchos conquistadores, de labios adentro se reían.
Pero ellos, flores nacidas para cautivar con su pura esencia, no convenían en ello.
Así pasaba el tiempo y el mozo se vió precisado salir en una expedición la costa, para llevar unos cargamentos de maíz unos compañeros que traín caballos y comestibles de la Española, para la colonización de Costa Rica. La expedición fue muy penosa y demoró mucho. Después de una despedida tiernísima se puso el camino el mozo acariciando mil ilusiones, entre ellas las de venir acompañado de un reverendo padre Estrada que bendeciría al fin la mano de ella enlazada con la suya.
Como al mes de liaberse quedado María como viuda, apareció en el caserío de abajo, un tal Ximeno, mucliacho como de unos veinticuatro años, de muy apuesta figura y con trazas de desperdiciado. Había venido de Panamá por el camino de Mulas que atrevesando Talamanca unía el incipiente comercio de estos ocultos valles, con las visitadas poblaciones del Istmo.
En unas exploraciones que empezó a hacer Ximeno por las márgenes del Reventazón, caza de oro animales, trabó conocimiento con María. de entonces verdaderamente enamorado, nunca le faltaron pretextos para visitarla.
Habiéndose extraviado en una de sus ya continuas cacerías, cerrarople las sombras de la noche y una horrible tempestad liivole buscar la choza de María, como su faro de salvación. Después de batallar mucho con la maleza y de haberse visto expuesto caer en los precipicios á ser pasto de fieras, dió con ella. Allí pidió posada, y se la dieron: no había corazón para dejarle en el peligro.
Buena lumbre secaba las ropas y modesta cena devolvía las fuerzas perdidas.
No sé si el haberse encontrado con que aquella casita perdida en el bosque era el nido de las virtudes o si la belleza que encerraba la choza, como el carbón el brillante, tentó Ximeno.
Solos los dos jóvenes al calor de la lumbre. Ella sin más escudo que su firme carácter y la confianza en sus virtudes. El, apasionado, 1355

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