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tra la criminalización. Técnicamente ha quedado organizada esta preservación social, y lo único que falta es crear los órganos esenciales para su perfecto desarrollo.
Por fortuna, entre los jóvenes constituyen una minoría los que ingresan al ejército del crimen, para convertirse más tarde en seres peligrosos y nocivos.
En París, se arrestan cada año, por infracciones la ley, cerca de mil doscientos niños menores de diez y seis años. De esta cantidad, solamente la tercera parte permanece en las cárceles, y los demás son asilados en establecimientos correccionales entregados sus familias.
Todos esos niños viciosos son casi siempre vagabundos de las últimas capas sociales, que aprenden el crimen entre las tabernas en los suburbios, donde hacen maridaje todas las miserias.
La delincuencia en la juventud constituye un hecho trascendentalísimo, que ha preocupado a todos los criminalistas y sociólogos. Las escuelas de preservación, que con general beneplácito han sido instaladas en Francia, demuestran los buenos resultados que hay que esperar de tan benéficas instituciones.
En cuanto al patrocinio familiar, sería la mejor intervención contra la criminalidad, si el público, que ya tiende ventajosamente a las ideas de asociación, organizara una centralización de carácter general en favor de la infancia.
Para demostrar todo aquello que podría obtenerse por estos métodos de preservación, podríamos aducir elocuentes ejemplos, Entre los niños del pueblo, allí donde rastrean muchos gérmenes perversos, allí donde la miseria pervierte las más grandes almas que puguan inútilmente contra todos los egoismos, está el lugar más nocivo, y la infancia viciada, por atavismo de una herencia degenerativa, sigue las rutas de la criminalidad.
Empieza por no amar el trabajo y conceptuarlo como una obligación fastidiosa, sigue entre la vagancia y las necesidades, se connaturaliza con las ideas perversas, y más tarde esas funestas enseñanzas, esas costumbres depravadas, esos signos preponderantes del vicio prematuro, le conducen irremisiblemente al crimen.
La criminalidad en la infancia es un presagio siniestro de crímenes futuros. Un niño que camina por la senda del vicio sin tener una mano enérgica que lo detenga, sigue los impulsos de su degenerado cerebro, se deja dominar por la pasión del crimen y se hunde en el antro de la perversión, arrastrando tras sí su desventurada familia.
Con la institución de escuelas preventivas del crimen, podrían salvarse millares de niños que han aprendido enseñanzas muy funestas.
La acción de las familias, secundando los poderosos esfuerzos del Gobierno, sería de excelentes resultados.
Basta muchas veces aconsejar los niños, demostrarles interés afec.
tos, para conseguir una transformación de sus malas inclinaciones.
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