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gitimidad el tratado Cañas Jerez, se hacía difícil ballar un medio práctico para trazar la línea divisoria que definitivamente debía marcar nuestros límites con Nicaragua. El General Gutiérrez, Presidente de El Salvador, había ofrecido su mediación amistosa entre ambas partes. Consultado el señor González Víquez, sugirió los medios a su juicio más aparentes para solucio.
nar la cuestión: él mismo redactó el proyecto de tratado que en El Salvador debía proponerse la Legación de Nicaragua, que, tras pocas sesiones, lo aceptó y suscribió tal como de la pluma del señor González Víquez había salido. Las excelencias del proyecto se hacen ver con sólo decir que algún tiempo después se llevó a cabo sin tropiezo ninguno la demarcación de la línea. El señor González Víquez, inteligencia práctica, había hallado el medio de prevenir allanar todas las dificultades que en el curso de las operaciones podían surgir.
Pero si, durante ese largo tiempo no llegó ejercer funciones públicas de ninguna especie, no por eso dejó de tener siempre su inteligencia, su ini.
ciativa y su corazón al servicio de las instituciones sociales que le pedían asistencia. El Colegio de Abogados lo mantuvo más de un período en el puesto de honor; el Club Internacional lo hizo su Presidente más de una vez; y en esos puestos se notaron también los frutos de su espíritu progresista.
Pero fué en los establecimientos de beneficencia pública donde su labor generosa se hizo sentir de modo más tangible para los desgraciados que en ellos hallan acogida y socorro. Presidente de la Junta de Caridad, este cargo honorífico, que desempeñó durante varios períodos, le permitió iniciar y llevar cabo en esos establecimientos una serie de disposiciones encaminadas mejorar de todas suertes el servicio humanitario que prestan. La Herman da de Caridal, que es numerosa en San José, lo proclamó su presidente honorario, en reconocimiento de los servicios valiosos que esas instituciones le deben. Suya fué la idea de gravar cada pasaje de ferrocarril con cinco céntimos de colón, impuesto casi imperceptible para el contribuyente y que, sin embargo, origina una renta de consideración para los hospitales de la República.
El año de 1901, en que debían renovarse los poderes públicos, le trajo al señor González Víquez una tarea política de la mayor importancia. Es la Transacción un acontecimiento histórico demasiado reciente para que sea menester esta fecha recordar y puntualizar la participación eficacísima que, por virtud de su autoridad y prestigio, en ella tuvo el señor González Víquez, quien la opinión pública considera, sin engaño posible, como el factor principal de ese arreglo político. Presidente de la República el señor Esquivel, como hijo eminente de la Transacción, confió al señor González Víquez la Secretaría de Hacienda, que éste sólo desempeñó durante diez meses tiempo suficiente, sin embargo, para que una inteligencia tan expedita y organizadora como la suya pusiese orden donde reinaba el desbarajuste y para que, asímismo, pusiese en juego los resortes económicos que producen riqueza. Señálase este Ministerio del señor González Víquez por una ley, la famosa Ley de Licores, hábilmente elaborada para resguardar, por una parte, los intereses de la Nación contra mistificaciones clandestinas y para combatir, 1491
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