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Ya mayorcito, el inocente Procopio asistía con asiduidad a la escuela: pero el infeliz tergiversaba las lecciones y así sucedía que en cla se de aritmética conjugaba de corrido el verbo amar y en la de gramática enumeraba, sin equivocarse, los signos del Zodiaco. el angelito no podía remediarlo. Sus distracciones eran ya tan frecuentes, que su amantísimo padre determinó dedicarse en persona corregir tan peligroso defecto, que exponía al niño un porvenir pavoroso. Mas todos los desvelos paternales resultaban infructuosos. Procopio escuchaba con atención los consejos y advertencias; ponía los cinco sentidos en hacer las cosas cosas al derecho: pero nada, en cuanto llegaba a la práctica le salían al revés.
Enviaba, por ejemplo, don Apapucio su hijo comprar un paquete de cigarrillos y Procopio traía un paquete de bujías una libra de macarrones.
Un viernes de Dolores, doña Eutropia mandó al niño casa de una amiga. cuyos días erail. y el niño llevó la tarjeta casa de un canónigo que se llamaba don Buenaventura.
Otra vez le encargó su padre la sencilla operación de poner una carta en el correo y Procopito la llevó la farmacia cuyo dueño no acertaba a descifrar tan singular receta.
Doña Eutropia, desesperada, buscaba entre todos los ascendientes conyugales la explicación de aquellas distracciones por si ellas pudieran ser caso de atavismo: pero no encontraba la buena señora ni en su árbol ni en el de su marido, explicación plausible de semejante defecto.
Por fin se determinó consultar una de las eminencias médicas y su presencia llevó el idolatrado fruto de sus entrañas.
El más detenido exámen frenológico no pudo dar la explicación del fenómeno, que tampoco podía apoyarse en dificultad irregularidad de funciones, pues Procopito funcionaba la perfección en cuanto se refería su vida fisiológica.
El doctor empezó a hacer preguntas a la mamá: preguntas de carácter íntimo, aunque científico; y cuando la señora le dijo la edad en que había contraído relaciones y la en que se había casado, creyó el facultativo hallar en ello cierta concomitancia con las distracciones del muchacho, por suponer monumental distracción estar en relaciones quince años, para casarse los cuarenta. Pero más minuciosas explicaciones, muy precisas y detalladas, hicieron al doctor desechar sus sospechas. Qué género de vida preguntó llevaban ustedes antes de nacer el niño. Muy ordenado, doctor contestó doña Eutropia. Apapucio tenía que atender a negocios durante el día y yo, después de dedicarme a las faenas domésticas, pues siempre me ha gustado arreglármelo todo, iba liacer recibía algunas visitas. Por la noche, como nuestra posición nos lo permitía, acostumbrábamos ir al teatro. ¿qué clase de espectáculos eran los preferidos. Por lo general lo cómico. Nos gusta más reir que llorar.
Ya! y no recuerda usted haber sufrido alguna impresión fuerte así de alegría como de tristeza en sus primeros meses de matrimonio. Ay, no señor! y mucho menos de tristeza. Mi Apapucio se la desvivido siempre por complacerme y hacerme agradable la vida.
Nunca, ni entonces, ni ahora, me ha dado el menor motivo para. No; no quiero decir eso. Mi pregunta se refiere si en el teatro había usted sufrido alguna impresión 1594
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