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Cierto, ciertísimo que en ciertas capas no es posible hallar otra cosa que ventiscas y turbiones; pero para contener esos fenómenos atmosférico político sociales, están las otras capas; esas en el viejo mundo se llaman clases directoras y que en el mundo nuevo, iválganos Dios. no suelen ser ni directoras ni dirigibles. En rigor, hay más posibilidad de liallar en el llamado pueblo, conciencia de la razón y de la justicia seca, única y general, que en profesores, académicos, abogados, propietarios y demás compañeros de glorias, envidias y ambiciones. El pueblo, por lo menos, si obra mal y a ciegas es porque no raciocina, tiene el instinto y el ansia de la razón, pero no la toca. Los otros. los otros si obran mal peor es precisamente porque hacen uso de su ruzón; de la suya exclusiva. claro está, como forzosamente la razón del uno ha de ser la sin razón del otro, resulta lo inevitable; pleito, revolución guerra; tres desdichas distintas y una sola negación verdadera de la paz pública doméstica.
Los casos de demencia colectiva no son elefantes blancos en la historia de la Humanidad. No otra cosa han sido los iluminados de Munster, ni los convulsionarios de San Medardo, ni los mismos convencionales franceses. Pero aun podrían hallarse ejemplos más sorprendentes y más demostrativos. Abora cabalmente es cuando los hombres empiezan tener un poquito de sentido común, porque con solo hablar de la neurosis contemporánea se prueba que se reconoce y que, por lo tanto, podemos estar en cainino de curarla.
Antes no se la conocía; porque para memorias, el pasado. Pierde el seso Roma, la Roma decadente hasta el punto de acatar la omnipotencia de un Calígula un Nerón. Más tarde se les sube las gentes el cristianismo la cabeza y hacen aquella sublime barbaridad que se llamó la primera cruzada. La Francia terrorista padece manía persecutoria.
La del Imperio la padece de grandeza y no sé hasta qué punto pueda afirmarse que han estado en su juicio los pueblos que desde los tiempos más remotos han venido rompiéndose las respectivas crismas por servir las pasiones, los intereses, los caprichos de algunos, y no escasos, de sus reyes, emperadores presidentes. No habrá algo de locura, por lo menos de insensatez, en.
ciertos países. Será que la democracia, esa gentil matrona de los poetas, no ha de poder triunfar sino negándose, en parce, sí misma? Tal vez: de esas contradicciones se halla llena la vida.
Pero hay realidades, realidades que se imponen. Si fuéramos investigar la causa esencial, la única, la verdadera causa de esas locuras y de esas luchas intestinas que ya son, por desgracia, legendarias en las repúblicas Ibero americanas, caeríamos en un verdadero precipicio de escepticismo y desengaño. Aparentemente, y bien se cuidan de vestirla así los interesados, la lucha por la justicia, por la libertad, por el derecho aherrojado o detestado escarnecido; pero eso es aparentemente.
Por eso, en todo caso, lucha la desgraciada carne de cañón: los otros.
los otros luchan por algo que tiene derecho y revés. quédese aquí, en este límite la crítica: vamos al summ cuique, y acabemos Hay pueblos con instinto, pocos por desgracia, pero los hay. Entre esos pocos cuéntese esta Costa Rica que mirada y vista distancia se confunde con la nebulosa que envuelve a sus hermanas. Los costarricenses son refractarios al desorden: aman la paz, porque ese amor cons tituye una esencial parte del alma nacional. Comprende el pueblo de 1607
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