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Una tarde llegó a mi cuarto, más abatido que nunca, se sentó y sin ningún preámbulo me refirió lo siguiente: Mi padre me dijo era un comerciante acaudalado y francés de origen: vivió muchos años en este país donde hizo una gran fortuna y pensaba regresar a su patria cuando le sorprendió la muerte. Por disposición suya se me envió un colegio en Burdeos y allí permanecí hasta que cumplí diez y seis años. esa edad salí de aquel Liceo y como era mayor de edad, y por haberlo así decidido mi padre en su testamento, me trasladé París. Viví allí un par de años dilapidando mis rentas en orgías propias de mi edad y de aquella ciudad. Empezaba cansarme esa vida estúpida cuando fuí presentado una encantadora señorita hija de un comerciante afortunado. Blanca Soussay era una bella mujer tanto en lo físico como en lo moral, así es que muy pronto me enamoré perdidamente y la solicité en matrimonio. Fuí aceptado sin gran dificultad y todo parecía sonreirnos cuando un hecho inexplicable vino turbar la serenidad de nuestras ilusiones. Mi padre, al llegar Costa Rica, y por la dificultad que tenían allí para pronunciar su apellido, lo habían reformado de modo que yo lo heredé muy distinto del suyo verdadero que era Hur y se convirtió en Duro.
Cuando llegaron los papeles necesarios y mi futura suegra se enteró de que yo era hijo de Jean Hur y no de Juan Duro, después de una conferencia que tuvimos, me manifestó que el matrimonio era imposible.
Mi desesperación fué terrible, pero ante lo imposible nada se podía hacer; Blanca era mi hermana de pache. Era un secreto de familia y nada traspiró de él ni mi futuro suegro ni mi amada novia.
La situación era para mí dificilísima, pues exigía un tacto exquisito para no lastimar el quisquilloso pundonor del padre y la exquisita sensibililidad de la hija. Cómo salir de aquel paso. Qué explicaciones dar. Mientras resolvía lo que debía hacerse, convino conmigo la madre de Blanca que las cosas continuaran en el mismo estado y en consecuencia seguí representando siempre el papel de novio de mi propia hermana. Creo que no hay situación ni más difícil ni más cruel que la mía en aquella circunstancia. Mis sentimientos no podían cambiar radicalmente de un momento otro y se entabló una lucha indescriptible entre mi amor primitivo y el que me imponían las leyes del destino o del acaso. La psicología de esa época de mi vida no sería fácil de describirse. Temí volverme loco.
Sin embargo, el tiempo pasaba y no encontraba yo una salida decorosa para liquidar una situación cada día más insostenible.
Una noche conversaba con la madre de mi nueva hermana y tratábamos del árduo problema que nos traía perplejos desde hacía días, y hablábamos sin temor, pues Blanca y su padre putativo habían salido pasear, cuando se abrió lentamente la puerta de la habitación y en aquel marco de cortinajes aterciopelados y rojos vimos Blanca con el semblante lívido y desencajado, los ojos bañados en lágrimas y con la desesperación impresa en todo su ser. Todo lo he oído, dijo. Comprendo lo que sucede y ya que la suerte ha determinado arrebatarme al único hombre que hubiese querido por marido, por lo menos me recompensa dándome un hermano. Hijal. Perdón. y la madre cayó de rodillas.
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