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La Semana Escuela de cocina La Escuela de Cocina inauguró sus trabajos el lunes de la presente se.
mana, con asistencia de no pocas señoras y señoritas, del señor Ministro de Instrucción Pública y de algunos otros caballeros. Tuvo esa inauguración el brillo que, con la naturalidad de la luz, en todas partes derrama la presen.
cia de la mujer, la cual en ningún sitio luce mejor sus encantos que allí donde se celebra la realización de un progreso, y dimana esa aptiturl para una feliz convivencia de que el Ideal y el Bienestar son las condiciones que constituyen nuestra razón de ser entre las cosas de la Creación. La mujer es sin duda el adorno más delicarlo y más exquisito con que el hombre acierta dar en sus excursiones de soñador por el mundo misterioso de la poesía; por otra parte, un progreso cualquiera es siempre el triunfo más digno de celebración en nuestras luchas por la conquista del bienestar. El establecimiento de una Escuela de Cocina parece cosa sin ninguna importancia en el movimiento social de San José. movimiento que ofusca las gentes poco bservadoras con el brillo fastuoso que aquí gastamos en el vestir. Nuestra cultura, en verdad, no pasa todavía de la superficie: con un refinamiento exquisito, la mujer costarricense se asimila de golpe las modas europeas. operación en que ella pone la donosura y la gracia que es natural atributo de su persona.
La costarricense, se dice, poco tiene que envidiar a la parisien en arte de indumentaria moderna. aserto que nosotros no repetimos aquí en són de alabanza ni por espíritu de vanagloria: anotamos tan sólo una observación mediante la cual podemos tal vez definir el carácter de nuestra cultura. Ya observó Spencer que los salvajes se preocupan y desviven por adornar y embellecer su persona, y nosotros sabemos harto bien que los indios de América se alampaban por las vistosas chucherías que los descubridores les daban para adorno del cuerpo. No queremos decir que los costarricenses de hoy nos hallemos en estado de barbarie: la España conquistadora nos sacó de ella; pero nosotros pensamos que en esa comezón de lucir y fantasear se trasluce, sin disimulo posible, lo deficiente y engañoso de nuestra cultura.
Así como así, ello es que las señoritas de la high life ponen todos sus sentidos en vestir con sujeción a las prescripciones que dicta la Moda en París, sin que se aparten un punto ni por semejas de las extravagancias en que és ta lo mejor suele caer. Hay, en efecto, cosa más extravagante que esos tacones, tan altos y agudos como la torre Eiffel, en que andan haciendo peligroso equilibrio las ciegas adoradoras del figurín? Las señoritas de la high life no han reparado sin duda que lo extravagante es una forma de lo ridículo y que la misma belleza pierde en mucho su poder de fascinación cuando la moda le impone aditamentos que, por su exageración por su mal gusto, dan lugar la burla al comentario maleante. Pues así y todo, se nos cae la baba viejos y jóvenes cuando por delante de nosotros pasa echando sal y canela una de estas parisienses postizas; pero no, vive Dios. porque nos dejen con la boca abierta los ringorrangos y faralaes con que mañosamente se emperegilan, mas por obra y gracia de la belleza cuasi divina que puso Dios en sus rostros. Porque el tipo de la mujer costarricense bien podría servir de modelo cualquier pintor de estos días que, en teniendo 1687

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