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numen, intentara pisarle los talones al gran Murillo; queremos decir que la costarricense es bella sobre toda ponderación.
Su fama de tal la divulgan lenguas y libros: Pérez Galdós, el novelista más adorable. para nosotros, se entiende) de la España moderna, dijo ha poco, por boca de un francés maleante y embaidor, que a la mujer costarricense nadie por estos mundos le echa la pata en lo que toca hermosura. Duélenos, por lo mismo, que nuestras lindas conterráneas se alampen por los perifollos que se importan de extranjis y que no dejen brillar su hermosura en la exuberante es.
plendidez que de ella se está desbordando con fuerza de savia primaveral.
Pero, qué remedio, si ese prurito de moda encubre primera vista la deficiencia de nuestra cultura. Los colegios no han logrado hasta ahora iluminar el intelecto de las jóvenes con luz de instrucción capaz de resistir por muchos días el viento de vulgaridad que reina en el medio ambiente. Esto, sin embargo, no es lo que aflige los espíritus que quieren una sociedad un poco la antigua: es la relajación de las costumbres domésticas que dan estabilidad al hogar. En el Colegio de Sión, donde los padres que tienen dinero han constituido una suerte de aristocracia en favor de sus hijas, se enseña parlotear el francés y teclear en el piano, est tout. El Colegio de Señoritas ha procurado educar de algún tiempo a esta parte; pero le faltan elementos para impartir una enseñanza de calidad netamente doméstica, y, so bre todo, no alcanzaría suplir, por más que lo pretendiese, lo que entre nosotros deja de hacer el hogar por ignorancia, por desidia por debilidad de los padres. Aun los Gobiernos han contribuido desviar la educación femenina del rumbo que en todos los países le marca el bien de las sociedades; porque, en vez de fomentar en primer término la cultura doméstica, han creado centros en donde las señoritas van recibir una enseñanza (le puro adorno, que podrá darles, aquí nada más, por de contado, cierto lustre de salón, pero que de ningún modo desenvuelve ni habilita en ellas las virtudes primarias que dan encanto, consistencia y prestigio al hogar. Consuela, por ende, y que el uso del uniforme haya venido a poner una cortapisa la ostentación en los planteles de segunda enseñanza, ya que algunas madres permitían que sus hijas se presentasen llenas de perifollos en centros donde sólo deben lucir la sencillez, la modestia y la aplicación. Más aún: con la Escuela de Cocina el Gobierno de la República marca de modo claro el criterio que de ahora en adelante debe informar entre nosotros la enseñanza de la mujer: la Secretaría de Instrucción Pública quiere que se eduque, pero, ante todo, que se eduque para el hogar. Ya es tiempo de que las niñas costarricenses tomen por modelo el ejemplar de mujer tan sublimemente ideado como galanamente descrito por el admirable Fray Luis de León. He aquí por qué celebramos con efusión patriótica la apertura del nuevo establecimiento, el cual, digámoslo de una vez, cuenta con todos los utensilios que una instalación de esa casta requiere. La matrícula de este primer curso se cerró con cerca de doscientas alumnas; por donde queda demostrado que la sociedad josefina reco noce la importancia del humilde aprendizaje con que ahora le brinda el Gobierno. Ese mismo dato permite esperar que el aprovechamiento ha de ser grande; esperanza que parte límites con la certidumbre en observando la competencia de la señorita Casal, Directora del establecimiento, que en Bruselas hizo ha poco excelentes estudios en el arte culinario. Es de esperar que los mozos josefinos, si pican en juiciosos, pongan de hoy más su atención galante en las jóvenes que sepan aderezar un buen plato y sujetar sus pretensiones al aurea mediócritas en que siempre han vivido la virtud y la felicidad.
GASTÓN DE SILVA

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