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De incógnito Pars Piginas Mustrides Hacía apenas dos horas que habíamos salido de Santa Cruz de la Palma, cuando vimos al Toldillero que ponía una mesita en el pasadizo de la ciudadela, que queda entre las escaleras que bajan la cubierta de popa.
Apareció el sobrecargo, tomó asiento junto a la mesita y desplegando unos papeles de buen tamaño, que no eran otra cosa que las listas de pasaje, dió orden dos marineros de que se situasen al lado de las escalas, no dejando pasar nada más que de uno uno los pasajeros de tercera que debían ir desfilando por delante de aquel tribunal rápidamente improvisado.
Aquéllo era una novedad y los demás pasajeros que ocupábamos clase superior, nos faltó tiempo para, en corrillos, irnos colocando lo más cerca posible del angosto pasadizo y aprovecharnos de un acontecimiento que modificaba un tanto la monotonía del viaje.
Nuestra curiosidad estaba picada y preguntando de aquí y de allá supimos que el solemne acto que iba a tener lugar obedecia fundadas sospechas del capitán de que en el barco se había colado algún polisson, como se llama, no se porqué, los listos, truanes desgraciados que careciendo de recursos para satisfacer el importe del pasaje, saben deslizarse bordo burlando la vigilancia de marineros y camareros, que no es poca por cierto.
Cómo habían nacido las sospechas en elcapitán, cosa es que Vista en el Parque Central no se pudo saber. bordo hay siempre una policía tan sabiamente organizada y tan fuera del alcance del conocimiento del pasaje y hasta de la misma tripulación, que allí podría aprenderse el arte de vigilar al progimo por los gobiernos de las naciones más adelantadas.
Empezó el desfile y con él los comentarios de los expectadores sobre la catadura o aspecto de los desfilantes. en realidad, para esos espíritus observadores que de un tipo sacan una novela un drama un sainete, había allí tela larga de que cortar. El pasaje de tercera era numeroso y abigarrado y había entre él todas las edades, todos los caractéres, todas las educaciones y hasta diré que todos los sexos, pues no faltó quien sostuviera que no eran del masculino ni del femenino algunos de los seres que, con indumentaria indefinible, cruzaban temerosos y pusilánimes por delante del sobrecargo, más tieso y fruncido que magistrado con toga y birrete. Usted ¿cómo se llama. preguntaba el funcionario náutico administrativo uno.
Fot. Mora 1745
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