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Allí se alzaba un bosque de mástiles en cuya cúspide lucían vistosos gallardetes; entre los mástiles se tendian ondulosas guirnaldas de follaje, que, a su vez, sostenían en el centro los escudos simbólicos de varias naciones. la mitad de cada mástil se desplegaban en haz, como un abanico, las banderas de las repúblicas hermanas. Bajo los balcones del edificio metálico se elevaba la tribuna en que tomó asiento el mundo oficial. Un públic, inmenso se amontonaba y bullia, ansioso de contemplar el hermoso espectáculo, alrededor del recinto. Los escolares descendieron a lo largo de la Avenida de las Damas; venían precedidos por las músicas militares; cada escuela llevaba al frente su propio estandarte, y cada niño, a su vez, portaba una banderilla de la república cuyo himno debía cantar.
Aquel solemne desfile de niños, al son de las músicas, bajo el pabellon ondulante y vistoso de mil banderas, era un espectáculo que hacía correr por la espina dorsal el calofrío misterioso de lo sublime. Al desfilar por delante de la tribuna, los niños, para saludar a los delegados, agitaban sus banderillas de papel, que formaban un oleaje de colores crujientes. Las escuelas ocuparon, una después de otra, el lugar que les correspondía, y entonces se vió que formaban un gran abanico, desplegado gallardamente frente a la tribuna oficial. En seguida cantaron, con acompañamiento de música, los himnos de las repúblicas hermanas. Como un eco fervoroso que salía de los corazones, cada himno respondía el público con un aplouso entusiasta y vibrante. Tal es, trazado grandes rasguños, el bosquejo de la fiesta escolar. Al disolverse la gran manifestación infantil, un extranjero bondadoso me decía: Cuando veo esto, amigo mio, me dan ganas de ser costarricense.
El baile Mi buen amigo Jajaljit, el sandunguero cronista, me ha lide sociedad brado amablemente del esfuerzo que debía hacer para reseñar el baile maravilloso efectuado el 14 en el Nacional. Esa reunión espléndida pedia una pluma de ave fénix y cuyas puntas supiesen tomar el color negro en los ojos de las niñas que por allí se pavoneaban como divinidades terrestres. Yo no sé en verdad cómo se las arregla el picarón de Jajaljit, pero es lo cierto que entre nosotros nadie le echa la pata en eso de adobar y emperejilar una crónica con los azules vapores del Rhin y las notas de las baladas germanas. Jajaljit ejerce en ese de cado terreno un monopolio que nadie con razón le disputaria. Leed, sino, su linda crónica del baile, en las columnas de Patria. Aquel es un desfile de visiones aéreas: allí veo pasar, por entre los renglones sonrosados de Jajaljit, Odilie Mangel, en cuyos ojos se ha refugiado la noche, perseguida por el brillo deslumbrante de la luz que inunda el vasto salón; aquella otra es Estela Mangel, que, por no disputarle a su hermana el triunfo de la noche, aceptó para sí el talle de avispa que le permite ejercer de reina en el reino de la elegancia. Guiado siempre por Jajaljit, el travieso cicerone, por allí distingo Claudia Castro, por cuyas mejillas corre sangre de rosas, cuyos ojos fulgurar como una estrella lejana al través de tul negro. Jajaljit, gran conocedor de tierras, me ha dicho que tiene empaque de circasiana; podrá ser podrá no ser; lo que no ofrece duda es que esta niña ostentaba corona de reina la noche del baile. Alle viene Nelly Quirós, que recibió de Hebe el dón de la gracia; al andar, cualquiera diría que es un ensueño viviente; por alli pasa una niña que deja ver una nuca de Cerso alabastro; viste un traje que ondea con la vaporosidad de lo celeste: estoy intrigado. Quién es, Jajaljit? Ah, sí, ya la veo de frente: es Elena Fernández: en la marmorea blancura de su rostro puso un tinte rosado e!
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