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Tres amores de Julio Arboleda, José Eusebio Caro y Gregorio Gutiérrez González Sumada la vida de estos tre poetas, se hace un siglo y veintiséis años. Arboleda vivió 44, Caro 36, y Gutiérrez González 46: Los tres se casaron muy jóvenes: Gregorio los 24 años, Julio los 25 y José Eusebio los 26. Del primero fué esposa Juliana Izasa, del segundo Sofía Arboleda y del tercero Blasina Tobar.
Viven en Bogotá hoy las tres musas de estos poetas, rodeadas de abundante y cariñosa familia, de nietos juguetones los cuales la muerte privo de los cantos de sus abuelos ilustres, Antes de que el amor les fijara definitivamente su centro, Caro y Gutiérrez tuvieron pasajeros caprichos. Eſ uno y el otro sentían necesidad, urgencia de cariños y de afectos vehementes; y aunque el corazón de Caro rebosaba de amor por su padre, como en cada uno de sus versos se siente y se admira, y aunque Gutiérrez González viviera en la dichosa compañía de estudiantes que lo quisieron muchísimo; no obstante, el amor filial no era para el uno suficiente, ni para el otro la animada fraternidad de los claustros. Caro dejó en sus versos recuerdos de esa primera pasión que tuvo origen en el año de 1853 (por febrero. Según su hijo Miguel Antonio, fué pasajero amor de un mes y le cantó la muerte en Mi Amor y Pobre Amor tan bello! Estas dos delicadas elegias (continúa Miguel Antonio) comparecen en el original bajo el encabezamiento común de Transición. En la primera dice Caro, retratando, cual Tintoreto su hija muerta, aquel celaje tan pronto desvanecido: Como tras las montañas hundiéndose la luna se pinta en la laguna que cercan tristes cañas; como el dormido infante en rápido embeleso aun de la madre amante recuerda el primer beso; como la voz del mundo en torno al moribundo, tal con vivo fulgor brilló fugaz mi amor.
Gutiérrez Gonzáles amó con vehemencia.
Era estudiante aún muy joven y conoció entonces una bella señorita en Bogotá, de la cual se hizo adorador fervoroso. Salvador Camacho Roldán pinta la heroina y la naturaleza de sus amores: Una virtuosa y bella señorita, de gȚandes ojos rasgados y dulces, quien vió alguna vez en una ventana, le inspiró una pasión semejante la de Petrarca por Laura, de quien solo creyó el cisne de Arezzo tener respuesta afirmativa las fervientes declaraciones de sus sonetos, veinte años después de la muerte de ésta; declaración que, probablemente, por venir del cielo, más distante de la tierra que las nebulosas, tardó tanto tiempo en el camino. Mas no por esto era menos intensa, y aun podremos decir, me nos fantásticamente verdadera la pasión de nuestro tro poeta. Parecía presentir este ídolo convencional, antes de verla, en los tumultuosos latidos del corazón: poníase pálido y en ocasiones era necesario sostenerle y casi arrastrarle, si la vella Temilda llegaba pasar cerca de él. Complicóse esta afección erótica con alguna enfermedad real que le producía palpitaciones desordenadas en el corazón, y habiendo consultado un eminente Profesor de Medicina, cuyos fallos eran reputados inapelables, éste creyó encontrar señales de aneurisma muy adelantada, y le aconsejó discretamente regresar sin demora la casa de sus padres.
El médico era el Doctor Cheyne, y el día de este tremendo diagnóstico, el 16 de diciembre de 1846. Su enfermedad lo hará morir usted antes de un a: 1927
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