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ño, había dicho Gregorio Gutiérrez, y en ese mismo año, y en esos mismos días José Eusebio Caro le dirigía una poesia al médico en que, sobre el supuesto de que moriría de un mal incurable al corazón, ponderaba su ciencia y sus virtudes.
Oh. quién no llorará sobre tu suerte, Cheyne, angel de bondad, sabio infeliz, que sabes del dolor y de la muerte salvar los demás, pero no tí?
De modo que al mismo tiempo que el Doctor Cheyne desahuciaba un gran poeta, otro gran poeta lo desahuciaba él. Caro murió primero que el médico y Gregorio los 37 años del pronóstico.
Temilda no quería demasiado Gregorio, por que él, al despedirse, le cuen ta una pesadilla espantosa: sofocado en negros pensamientos, la sien del lecho delirante alzaba, y en mi febril agitación veía tu desdén y mi tumba abandonada.
Por tí, al sepulcro desdeñado bajo, buscando en él la apetecida calma; y nunca sentiré sobre mi losa de tus ojos divinos ni una lágrima. Quién es Temilda? Vive, según se nos ha dicho, en Bogotá, donde la conoció Gregorio Gutiérrez, rodeada de las mayores consideraciones sociales. Vivirá en los versos del poeta antioqueño con la pasión desesperada de un primer amor desgraciado.
Los versos de Julio Arboleda arrojan poca luz sobre el movimiento de su alma, sino es en las vulgares sátiras políticas, en algunas composiciones como Me ausento, en la cual asoma una pasión contrariada: con la mano trémula apartome, sustrajo mi cabeza su regazo, huyendo de mi amor y de mi abrazo y de su propia tímida pasión. yo la vi, de lejos, reclinado, puesta la mano trémula en la frente, de un caduco deber llena la mente, y del amor presente el corazón.
Pasión contrariada, de la cual se hace reminiscencia en la última estrofa de Gonzalo de Oyón: Ay infeliz del que mujer adora que otro el Eterno en sus decretos dió!
Ay infeliz del que piedad movido, ilama de amor antiguo resucita. Ay infeliz del pecho que palpita por un bien que la suerte le robó!
Solamente en una composición, la menos repugnante de las políticas, Julio Arboleda se dirijió su esposa. Mi bien, mi amor, mi angelical Sofía, adorno de mi casa y de mi nombre!
la flecha, huyendo de mi pecho de hombre, va de rechazo herir tu corazon en otra, de la cual un biógrafo hace mención, pero que no aparece en el volumen de sus versos, publicado últimamente en New York, se despide de la dama, modelo de gentileza y de virtud, la que después tomó por esposa (1842)
de este modo: 1928

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