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El maestro de escuela Para ciertas gentes, el maestro de niños es una persona sin importancia, es un individuo sin significación social. Estas gentes desconocen, por supuesto, los más rudimentales elementos de la buena educación, y son por consiguiente, ignorantísimas. No están en aptitudes de apreciar los méritos de la noble clase dedicada la penosa y difícil tarea del magisterio escolar.
El maestro de niños es quien tiene en sus manos la clave de los intereses generales de la familia, de la sociedad, de la patria. él se le confía el niño, desde que ya sabe balbucir las primeras letras del alfabeto, y ¿para qué?
para fecundizar, para fertilizar con la generosa savia de su instrucción su inteligencia débil todavía; trabajo árduo, inmenso, erizado de escollos, que requiere suma perspicacia, profundo conocimiento del carácter del educando; condiciones indispensables en el profesor, para poder apreciar sus tendencias, sus aptitudes; cualidades, que una vez conocilas, les ayudarán a dirigirlas suavemente y como con dulzura, encauzándolas en la via más adecuada; pues no ha de emplear el mismo modo de enseñanza con el inteligente y dócil que, con el voluntarioso, antipático y altanero. Evitará el inspirar el miedo, que es funesto sus discípulos; pues las primeras impresiones que reciben, casi siempre quedan imborrables en su cerebro. Los correctivos deben imponerse con entera calma, y no en el momento en que el profesor está cegado por la cólera, que es mala consejera: ya que el alumno no debe ver en la persona de su maestro al verdugo que lo infama, sino al juez que lo juzga; él impone la pena equitativa de la falta.
Es el maestro el representante del padre de familia en aquel templo que se llama escuela; se le debe respeto, estimación, cariño; pues no sólo tiene el deber de instruir, de cultivar la tierna y débil inteligencia de su discípulo, si que también, el de inculcar en su corazón los primeros gérmenes de sus principios morales, que, andando el tiempo, harán de él un hombre positivamente útil su patria.
El preceptor de primeras letras, debe ser un modelo para un niño, que lo tiene constantemente ante sus ojos, varios años, de lo cual inferimos que debe estar, no sólo profundamente versado en las materias que enseña, sino que también debe ser un hombre culto, en la más alta acepción de la palabra. Así tendrá, en realidad, el niño, el ejemplo su vista.
Para él, es decir, para el maestro, todos sus discípulos deben ser iguales, no podrá establecer injustas y odiosas distinciones entre el hijo del potentado y el pobre, pues hay en el alma de estos pequeños seres, un sentimiento innato de dignidad, que conviene conservar sereno y tranquilo, para no despertar en ellos tempranamente, la negra envidia, fatal fuente impura de infantiles rencores, pero no por esto menos inmorales. Hay el deber de conservar siempre blanca el alma de nuestros hijos, es preciso que la hiel corrosiva de las pasiones no manche su pristina pureza; siquiera en los albores de su existencia, ya que más tarde, en el tráfago del mundo, nos sea imposible evitarlo.
Ninguna gracia exterior es completa si la belleza interior no la vivifica. La be.
lleza del alma se difunde como una luz misteriosa sobre la belleza del cuerpo.
1978

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