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Manuel Rodriguez Cruz Autor del cristo del sepulcro de la Catedral Era un poeta domeñador de la forma plástica en el leño. Era un artista, u artista indiscutible.
La Muerte y el Silencio osaron echar sobre su cuerpo y sobre su memoria el negro sudario del olvido. Inútil afán del Silencio y de la Muerte, para con los consagrados por el divino Apolo: El dejó obras admirables que perpetúan su nombre en los anales del arte costarri queño El lejano apartamiento en que vivía, a modo de un murano Paul Verlaine, de una ave llena de nostalgias del espacio. no logró que un día la cámara fotográfica reprodujer su cabeza digna de un lienzo de Velázquez, digna de un mármol del Renacimiento, digna de un bronce de Cellini.
Hoy presentamos esa cabeza majestuosa, de frente acariciada por el beso de las Musas y de ojos so.
nolientos ante los cuales desfilaron caravanas de ensueños, regando perfumes de mirra y cinamomo del El escultor costarricense Manuel Rodríguez país de la Fantasía, en viaje hacia la Faster Bros.
Neca del Arte y la Belleza Fué un conquistador de la cima gloriosa del Trianfo, donde van vendar las heridas de la jornada los pujantes luchadores de la idea, donde van apagar su sed los bizarros intelectos, a donde llegan los ungidos por el genio, donde cuelgan sus enormes cortinajes los crepúsculos, donde refrenan sus vuelos las águilas que conocen el imperio de las nubes. El estimulo nunca llegó prestarle alientos su mociesto estudio de escultor, de donde salieron obras maestras que en Europa asombrarían por la belleza que el viejo maestro supo darles.
En un pueblo casi aldea, Palmares, está un San Francisco de Asís en éxtasis; ese estado de alma en el momento de los arrobamientos, en el momento en que algo se desprende de la materia humana para tramontar extraños mundos, ese momento que no recuerdo que escuela filosófica llama 51 11 y 2223

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