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a de par tufo de ufo de la. dentro into la bor traer Lño lleva De repente, por la espesa quietud del cerebro del abuelo, cruzó la chispa de una idea, como pasa el rayo de luna por el ramaje de una selva primitiva. Pensó que pronto aquellas campanas volverían tocar muerto y volverían las inmóviles mujeres rezar el rosario en el zaguán. Pero él ya no las oiría; él estaría rígido, yerto sobre aquella misma cama matrimonial.
Aquel perisa miento fué claro, de una claridad limpia: pero al abuelo lo dejó sereno y tranquilo como si no hubiera pasado por las tinieblas de su cerebro, como si no luubiera hecho ver nada. Ni el cerebro altero si tic tac rítmico y débil de gastada maquinilla, ni los pedacitos de vidrio brillaron por el paso de una lágrima.
El sabía que era viejo y que los viejos se han de desprender de la vida como se desprende del árbol el fruto maduro. Eso era natural y lo natural no tenía nada de espantable para el abuelo. Cada compañero compañera que se iba parecía enseñarle el camino y hacerle la señal para que le siguiese y dispuesto estaba él seguirlos sin hacerse rogar.
Al fin y al cabo ¿qué tenía ya qué hacer en este mundo? su tiempo había cumplido como un hombre, pero no podía ya con la azada, y tiempo hacía que el hijo y la nuera gobernaban la casa y les faltaba sitio donde meter a los pequeñuelos. Era preciso, pues, hacer sitio: aquella habitación estaba pidiendo nuevos huéspedes y él, el abuelo, la dejaría de buena gana.
Ahora, además de sus compañeros y amigos ya le llamaba desde arriba, la abuela, su mujer que le alargaba la mano para ayudarle pasar el estrecho puentecillo que separa un mundo de otro. Que lo hiciese pronto: cuanto más pronto, mejor. el abuelo miraba la muerta como liaciéndole presente aquel secreto deseo escondido detrás de aquellas pupilas veladas y fijas.
Mas como si de pronto le sorprendiese el miedo de que su mujer había de olvidarlo y dejarlo solitario en la tierra, tuvo una inspiración para hacerle memoria.
Poco a poco, arrastrando los pies, que se negabau seguirle, con la cabeza sobre el hundido pecho y la espalda más levantada que nunca, se separó de la cama y se acercó a la mesita alargando sus trémulas manos: y pareció que al ver aquella acción del viejo, los dos zapatos de pana, hermanablemente aparejados y movidos por un impulso misterioso, se adelantaron hacia él para que los cogiese más pronto. los cogió, volviendo hacia la cama, y la oscilante claridad de la candileja, calzó tranquila, serenamente los rígidos pies de la difunta.
Por la oscura boca de la ventana entraban en la estancia las postrimerías rumorosas del rosario que terminaba y el lento y triste nine, nanc de las campanas.
Por la traducción, César Nieto ta: tenía de sus pas, con vantó la que no ró. pero conocer: a. vio 11 pesbañuelos dentro oma muñado de como si utre los.
ina: Barcelona, 19 de marzo de 1907.
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