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Quedamente se acercó a la cama arrastrando los pies como si no pudiese tirar de ellos.
Sobre la fría sábana estaba tendida la difunta, rigida, vestida de negro, con los brazos estirados, y las manos amarillas cruzadas sobre el vientre: por entre los dedos salían los rosarios de color obscuro, la cruz de los cuales había resbalado lacía la pierna izquierda y colga. ba, con los torzales de la borla deshilachada.
La cabeza reposaba sobre baja almohada, más baja la frente que la barba, envuelta aquella en un pañuelo negro y otro de color doblado sujetaba como una benda las mandibulas para evitar que se abriese la boca del cadáver. la boca, cerrada a la fuerza, formaba un largo pliegue con los labios hundidos como absorbidos por las desdentadas encías. Sobre el pliegue, la nariz afilada como el pico de un ave mostraba sus huecos largos y negros.
Los piés, sólo con medias de blanco lino, levantaban sus plantas juntas. érticas, como manos puestas para detener los que entraban.
Apesar del vientecillo que penetraba por la ventana abierta de par en par, dentro de la habitación se percibía un extraño tufo, tufo de éter de la última medicina que la enferma había tomado, y tufo de la cera de los cirios del viatico.
En la mesilla de cerca de la puerta, una candileja de farol, dentro de un plato de barro, alumbraba apenas aquella habitación. Junto a la candileja los zapatos de la difunta. No se los habían calzado por traer desgracia. El muerto que va calzado al cementerio, antes del año lleva su lado otro de la familia.
El abuelo, el viudo, se detuvo cerca de la cabecera de la cama: tenía los ojos secos como dos pedacillos de vidrio opaco y lo largo de sus calzones le temblaban las manos roñosas y endurecidas como zarpas, con aquel temblor crónico que lo hacía inútil para todo trabajo. Levantó la cabeza lentamente y miro a la muerta: hacía más de veinte años que no la había mirado así, de frente, por impulso voluntario. La miró, pero como se mira una cosa que no se conoce, ni se tiene deseos de conocer: con una mirada fría, apagada, más muerta que la muerta misma. vió una frente lisa, con la piel tirante, como pegada los huesos, y un pescuezo apergaminado que amarilleaba por entre el corpiño y los pañuelos como un pellejo de rancio tocino.
El abuelo, el viudo, sintió como que algo extraño liurgaba dentro de él, haciéndole parecer que aquella mujer rígida no era la misma mujer con quien se había casado y vivido tantos años: y extrañado de aquella extrañeza se quedó mirando el cadáver con mirada fija, como si también se le hubiesen inmovilizado para siempre las pupilas entre los párpados. por la obscura ventana iban entrando los doloridos dejos. Padre nuesho que estáis en los cielos.
Nine, ne. nine, папе perdonadnos nuestras deurlas así como nosotros. por el hueco de la escalera subía el rezagado eco de la cocina: Así como nosotros.
227umento es progiosus so la Botoboca Nacional Migwa Obrazon Lizano Ger Sisoma Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y seventus. Costa Rica

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