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Conformidad (De Victor Catalá)
Para Páginas Ilustradas Las campanas tañían lentamente, planideras, con largos toques tristes que llenaban el corazón de angustia. Creyérase que el campanero fuese un artista que supiese remover el rescoldo de amor que liay en el fondo de todas las almas, hasta las más empedernidas, para hacer brotar una llamarada de sentimiento y fraternal misericordia.
En torno del zaguán, sentadas en sillas bajas arrimadas a la pared, una hilera de mujeres, inmóviles con los brazos cruzados estaban en actitud de recogimiento y afectando en sus rostros un gesto doloroso, altas las cejas y caídos los párpados. Semejaban una misteriosa guar.
dia de estatuas parlantes, que seguían en coro el rosario que con voz entera y clara decía la mujeralquilada, presidiendo el ruedo desde allá en el fondo en la pared frontera la calle.
Colgando de un clavo, en un rincón el candil chisporrotea ba como un ojo enfermo, removiendo con sus oscilaciones de luz rojiza las inseguras sombras que, como cortinas de gasa negra, enlutaban las paredes.
Más adentro, en la cocina, completamente obscura, la familia reunida en grupo. respondía como un eco al murmullo monótono que se levantaba en el zaguán. Padre muestro que estáis en los ciclos. decía la mercenaria mujer con tono lastimero y sin inflexiones de voz. El pan nuestro de cada dia dádnosle hoy. contestaba en tono más bajo el coro de estatuas dolorosas. dádnosle hoy. zumbaba rezagado el murmullo apagado en la obscura cocina. se percibía un levísimo ruido de rosarios y las campanas de la parroquia. ninc, name. ninc, nunc. soltaban sobre el pueblo sumergido en la paz del atardecer, su plañidero toque de difuntos.
De pronto, el abuelo, el viudo, se levanta de entre los suyos, sin ruido, como si no tocase la tierra, sube escalera arriba. Cuando ya llegaba a los últimos escalones, la escalera, de madera, crugió. Alguien sabe dijo la nuera con sobresalto. Es padre añadió el hijo con voz imperceptible. reanudaron mansamente el rezo.
Un tenue resplandor salía de la puerta: era la luz que velaba la muerta.
El abuelo, el viudo, entró en la habitación; los brazos caídos y la cabeza sobre el pecho. Por bajo el borde de su gorrilla blanquea ban sus cabellos como manojos de cáñamo: el pañuelo de merino negro rodeando su cuello como una bufanda recubría la barba y la boca: su pecho parecía más hundido que de costumbre bajo el tricot y más salida la espalda.
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