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En el mar у 110ave cosa וונן mo. en es se en el Ció la ando comabios expepuros or la Liosa y usa del ¿Qué sucede? pregunté acercándome un grupo de pasajeros que rodeaban al mayordomo del vapor. Ha muerto un niño, me dijo, de una de las familias italianas que van en segunda, y advertia estos señores que la ceremonia de arrojar el cadáver al agua, se efectuará en la tarde, eso de las seis, por si quieren presenciar el espectáculo, que es a la par triste imponente. En breve circul la noticia, produciendo general emoción.
Sucede en el mar como en las cárceles. Los afectos brotan con prodigiosa espontaneidad, todos corremos el mismo riesgo y sobrecogidos por la idea de un peligro probable, tos acercamos los unos los otros con la afectuosa fraternidad del miedo.
En el mar no se conocen los misantropos: la falsa posición en que nos encontramos desde que la nave deja el puerto. Suaviza todos los caracteres y pone en las almas como sed de cariño, un cariño interesado pero con la apariencia de la más franca sinceridad.
Volviendo al caso concreto, repito que la noticia apesadumbró todos los ánimos.
Hasta las más encopetadas missis bajaron a visitar la familia infeliz, tomando por ella vivo interés, como si se tratara de verdaderos y viejos amigos Por lo que mi toca, senti hondamente la desgracia, sobre todo, cuando supe las circunstancias especiales de la pobre familia. El padre era ciego y gaDaba la vida tocando violín: la madre, ina napolitana de negros ojos tristes y grandes, echaba las cartas diciendo la buenaventura y un hijo como de nueve años, bailaba tarantelas al són del violín, o acompañaba su padre con la pandereta. Una desgraciada familia vagabunda, unos verdaderos zingaros pesar de su saugre latina. El mertecito era el último de los hijos y había nacido hacía apenas cinco meses.
Estos detalles me los daba la madre, que sentada sobre un lío de ropa tenía en su regazo el pequeño cadáver.
Al fin de la comida y cuando ya ibanos a abandonar la mesa, nos suplico el capitán que certificiramos con nuestras firmas un documento que se nos presentaría después del entierra del niño, y que era la constancia de haber muerto aquél bordo, de muerte natural, y de haber sido arrojado al agua.
Sin excepción alguna nos reunimos todos los pasajeros sobre cubierta, como las cinco y media, para esperar la hora determinada por el capitán. Las señoras siempre amantes de la forma, se ingeniaron del mejor modo posible y con cintas y fores de trapolarrancadas sus sombreros, formaron guirnaldas Venían bordo como quince niños, todos se les puso un crespón negro en el brazo y se les dividió en dos hileras formando valla por donde debía pasar el cadáver.
Apenas apareció éste sobre cubierta el capitán tocó una campana y la máquina fué parada en el acto.
Hubo un detalle verdaderamente conmovedor: el difunto venia metido dentro de la caja del violín del viejo.
Un marino de cara hosca y barbudo, horcajadas sobre la baranda, esperaba con una cuerda en la mano, al extremo de la cual había una gruesa bala de hierra, Todos estábamos con las cabezas descubiertas. El capitán leyó el documento en el que se indicaba el nombre del muerto y el certificado del inédico en que expresaba la enfermedad de que había sido víctima.
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