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La vehemencia que Manuel puso en la frase y la palidez que cubrió su semblante, creyólas Carlos una revelación y con voz contraída y ronca por la emoción que de él se apoderó, dijo: Manuel, que te descubres!
Callate, Carlos! Te estás perdiendo.
Cómo. Por qué?
Sí, desgraciado, me has sorprendido y no tengo más remedio que decirte algo grave; pero muy grave.
Me asustas, Manuel. qué es ello?
Tal vez la muerte de tu felicidad. No esperarás que te exija que hables claro No; no hay necesidad de esa exigencia: María no es digna de ti.
Dejo de pintar ustedes el semblante y la actitud de Carlos; la salsa novelesca, según sea dramática trágica, ya la irán ustedes poniendo su gusto en las escenas que la necesiten. No me ha dado Dios ingenio para descripciones ni tampoco hacen falta ahora.
Manuel, dijo Carlos muy sereno te conozco lo bastante para sospechar que mientas sabiendas y también para suponer que hables sin fundamento.
Pero no basta que digas; es necesario que pruebes y que pruebes en forma tan evidente que yo vea y crea. Que yo me persuada, haciendo añicos mi fe y mi alma recta y libre de todo remordimiento: que no sea posible que quede en mí el meno átomo de duda; ha de ser asi Manuel, porque si así no fuera te dejo adivinar lo que ha de ocurrir.
Me has obligado, Carlos, decirtelo, pero ya que te lo he dicho, añadiré que desgraciadamente puedo probártelo. Mañana, pasado, cuando quieras, emprende una de esas excursiones que te tienen fuera de casa algunos dias, por desdicha tuya, y en vez de alejarte de la villa te vienes aquí procurando no ser visto y entrando por el potrero. Hazlo asi, y tu mismo, posiblemente juzgarás. Admito: pero te impongo una condición. No estés sólo mañana por la noche cuando yo venga; ten en tu casa dos amigos y si es posible una autoridad cualquiera.
Pero, Carlos. para qué?
Sencillamente para que si mi desdicha es cierta, déis todos fe de ella, y si no lo es presencien todos cómo te tiro como un perro.
Carlos piensa que Ya está pensado; y no intentes volverte atrás, porque si lo hicieras.
no tendría que esperar pasado mañana para matarte. tus hijas, Carlos?
Mis hijas? Apelas su recuerdo ahora, porque te inspiran lástima ellas yo? Las nombras para esquivar acaso, intentando conmoverme, la cuenta que te obligas pagarme?
Estás ahora ciego y me lo explico. Piensa antes lo que vas a hacer; serenate te sereno estoy y pensado está. llegas hasta el fin, ya que empezaste, te repito que sin esperar mañana y sin hacerte el honor de ponerme en frente de ti, te mataré. Pues sea como quieras. Gracias!
III Ni la más insignificante contracción del rostro, ni la más pequeña alusión al caso, hicieron sospechar a María la batalla que en el ánimo de Carlos se estaba librando.
La misma paz y cordialidad que los otros días reinó aquel que sucedió al en que Manuel había dejado en el corazón de Carlos tan profunda herida. Llegó la hora de la comida, que trascurrió placentera y alegre, como de costumbre, y al irse ya levantar de la mesa el matrimonio, se presentó una criada con una carta para Carlos. Enterose éste del contenido y dijo María con la mayor tranquilidad: 2447

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