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Vaya; también te dejo hoy solita. y dirigiéndose la criada añadió: Dile Juan que ensille el caballo. Dónde vas. Por de pronto en casa de don Fulano; y después probablemente coger el tren, pues tendré mañana necesidad de estar en Maria no dió la más pequeñísima muestra de alegría ni de tristeza, contentándose con preguntar. Quieres que te espere por si vuelves hoy?
No, seria inútil, pues lo seguro es que haré el viaje esta noche; así me lo economizo pasado mañana. Pero es algo desagradable lo que te obliga a marcharte?
Ni por pienso! Al contrario, recogeré algunos reales que no te vendrán mal para hacer tantas cosas como hace pocos días proyectabas.
Entonces. Que lleve usted buen viaje, caballero, y que regrese listed pronto dijo María en tono de broma.
Ya dispuesto el caballo, besó Carlos sus hijas, besó a su mujer, según añeja costumbre, y salió buen paso, no olvidando volver la cabeza y saludar con la mano al doblar la primera esquina.
He de decir ustedes la verdad. Carlos estaba completamente convencido de que cuanto Manuel le dijo no tenía más valor que el de una calumnia. Creia que su amigo, al que ya conceptuaba traidor y desleal, habia sentido algo por María y viéndose desairado por ésta vengaba su derrota vertiendo el veneno en el alma del esposo. Seguro estaba Carlos de ello; tan seguro, que era ya cosa por el resuelta matar Manuel si éste no confesaba ante testigos su infamia, en el caso dudoso, de que se hallase en su casa la hora convenida Dejó su antojo vagar el caballo por las afueras de la ciudad y ya siendo noche cerrada, desmontó en una casa no muy lejana y emprendió el regreso pie, con la mayor calma posible, tanto por no llegar casa de Manuel temprano, cuanto porque instintivamente retardaba el momento en que debía descubrirse sus ojos la realidad, fuera cual fuere ésta.
Solo, en medio del campo, la imaginación de Carlos suelta y sin que la reflexión la guiase, pasaba de la convicción la duda y de ésta aquélla.
Diose un examen minucioso de todos los actos de su esposa y ni un detalle insignificante, ni el más débil indicio venían dar razón la sospecha. su recuerdo acudieron los primeros meses de su matrimonio. Cuatdo, entregados ambos las dulzuras, que no se repiten, de la luna de miel durante las cuales los sentidos reinan en absoluto impone la naturaleza su voluntad, ayudada por el espíritu, que se goza en la posesión del bien deseado, descubrió en María un temperamento de fuerza y vigor que no sospechaba. Fijose momentáneamente en esta idea, y quiso suponer, como buscando atenuante la culpa, que aquella naturaleza ardiente y llena de sangre acaso exigió al débil espíritu de Maria satisfacciones materiales que él, sereno y reflexivo y de temperamento menos vehemente, no podía suponer.
Admitió, muy hipotéticamente esta idea; pero entonces surgía la otra duda. Pasó revista, una por una, sus relaciones y amistades y ni un sólo nombre de los que las constituían daba solución al duro problema.
Su rectitud de juicio y su temple de almı, entero inflexible, le llevaron registrar los rincones más escondidos de su conciencia, deseando hallar algo en ellos que si no justificase explicara disculpara aun arbitrariamente la falta de María. Más tampoco por este lado halló nada que pudiera servir de pretexto aquélla para olvidar, ultrajándolo, el nombre que llevaba De esta lucha, de estos choques de recuerdos y de investigaciones, sólo podía brotar un convencimiento, cuya simiente ya fué la primera que arraigó en el ánimo de Carlos. Volvió como cosa indudable, como única explicación aceptable su razón y su interés, la idea primitiva. Manuel deseaba María y no pudiendo conseguirla se vengaba. Manuel era un infame, y todo su 2448

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