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que si mentido afecto y su sincera amistad, ruin hipocresía. Manuel era un sér dañino y había que aplastarle.
En esta disposición de ánimo y ya bastante tarde llegó al potrero de su amigo en cuya verja halló éste esperándole. Qué. dijo Carlos.
Que en mi despacho están quienes deseas y en tu casa está quien no debiera estar Carlos, pese al dominio que sobre sí mismo tenía, no pudo evitar un extremecimiento. Detúvose, cogió nerviosamente el brazo de Manuel y dijo. Pero es verdad. Es verdad, Manuel, lo que me dijiste? Manuel, por lo que más quieras, por tu honra, por tu alma, por mí, żes cierto? Mira, Manuel, Ahogándose de emoción y de pena, por ver sufrir su amigo, Manuelle interrumpió. Oyeme Carlos: días largos, semanas enteras he estado luchando conmigo mismo antes de decirte lo que ya sabia que, de saberlo tú, era peor que matarte. Llegué intentar hacer conocer María que yo era dueño de su secreto y de su honor: pero era esto tan delicado y, sobre todo, tan vergonzoso para ella que desisti de mi propósito como hubiera desistido de hablarte a ti si Maria, por su parte, hubiese puesto fin su descarrío. Pero no ha sido así, Carlos; no ha sido así, y yo que he sido tu amigo y continuaré siéndolo si tú quieres, sufría, sufría mucho, Carlos, y no era posible que sostuviese más mi lucha interna, viendo tu ignorancia y el cinismo perdóname, el cinismo de tu esposa. Cuando te hablé, anteayer, comprendí que no me creiste. Juzgásteme capaz de dejarme llevar por un sentimiento de despecho causado por. lo que tu supondrás y cegado por esta idea, que bien veo has seguido alimentando, olvidaste mi cariño de tantos años, mi amistad jamás desmentida, tú lo sabes bien, Carlos: olvidaste hasta mis ideas, mi carácter, mi dignidad y me juzgaste un ser abyecto y sin conciencia. Por eso quisiste ponerme prueba entre extraños y acaso llegaste sospechar que hoy yo no te daría la cara. Ahora ves la verdad; ahora temes esa verdad y yo te digo: Aún es tiempo. Carlos.
Ahí en mi casa están y y con ellos, no el juez ni el alcalde, pero sí el doctor cuyas condiciones de carácter conoces y cuya seriedad y, reserva no hay que ponderarte. Si tú quieres, ignorando como ignoran aún para qué los he llamado, les despido con cualquier excusa y tú solo, completamente solo, penetras en tu casa y ya advertido como estás resuelves y obras como se te antoje, sin escándalo y sin ruido. Ya que no salvas tu honra en privado, sálvala en público. No, dijo Carlos vamos allá.
César Nicio (Continuará)
Luz Sabe que en la pupila del que muere Retrata da se va la imagen última, Cual jirón de la vida que se arranca Con la mirada en la postrera lucha.
Por si es así, cuando me esté muriendo Tus ojos clava en mi pupila turbia: Quiero llevar dos soles que me alumbren La oscuridad horrible de la tumba!
Adolfo León Gómez 2449
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