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que por ningún concepto quepa modificación en lo que voy a decirte, te prohibo que me dirijas la palabra mientras estemos solos. Ante nuestras hijas y ante el público nada ha ocurrido, pero para que te convenzas de que mi resolución es terminante, te diré que al menor intento de hablarme, me mataré, pero antes quedará en poder de Manuel la historia exacta de lo sucedido para que se la lea tus hijas y se encarguen ellas de maldecirte. Carlos. Silencio, está en vigor el mandato.
VI e El narrador hizo otra pausa, pero no porque estuviera fatigado, sino porque adivino, por el semblante del más joven de sus oyentes, que éste no daba al relato gran fe, como verdadero. Parece dijo que usted toma por novela lo que estoy contando, y hace mal. Si novela fuera, francamente lo hubiera advertido al principio, pero ni es novela, ni tengo yo tampoco la inventiva necesaria para forjarla.
Oigan ustedes aún: Diez años, día por día, habían transcurrido desde la escena que he contado ustedes, sin que durante ese tiempo se hubiera quebrantado, ni por casualidad la severa consigna impuesta por Carlos.
Las niñas se habían hecho ya casi mujeres y acostumbrándose los caracteres, serio de su padre y melancólico de su madre, los que por otra parte, no escatimaban a sus hijas medios ni ocasiones de divertirse.
Manuel se había casado su vez, yéndose vivir otra población bastante separada. El doctor había muerto y de los otros dos amigos, testigos también de la escena descrita, el uno había trasladado su residencia Europa y el otro, sin saber punto fijo dónde, hallábase también ausente, El atortolado y dichoso amante, el abogadillo novel, no volvió dar fé de su vida, asegurándose, como ya dije, que al día siguiente del suceso, había salido de la isla con rumbo a las antípodas.
Pues bien; diez años después, como he dicho, y los cuales pueden ustedes imaginar como los pasó María, un dia medio almuerzo dijo Carlos: Maria, mañana va empezar zafra en la Hacienda del Molino (supongamos que se liamaba asi) y quiero que vayamos todos pasar allí unos dias Arreglaos, pues, esta tarde para cuando venga buscaros la volanta.
Yo iré, con vosotras, caballo.
Fué tan distinto el tono con que Carlos dijo ésto, del que venía usando hacía diez años, que un suspiro de felicísima esperanza dilató el pecho de María, quien se atrevió vislumbrar el término del castigo que con santa resignación había soportado.
El programa se cumplió al pie de la letra y media tarde salían María sus hijas y dos sirvientes, escoltados caballo por Carlos, que había recobrado por completo su habitual serenidad, desapareciendo de su rostro el tinte tétrico que lo cubrió durante diez años.
El viaje fué alegre, y con bullicio y algazara se procedió a la instalación de toda la familia en la casa de la hacienda, Vivía en ésta un chino, al que Carlos salvó en cierta ocasión y por cierta causa que no viene cuento, de caer en manos de la justicia, con la que el chino tenia graves cuentas pendientes. El hijo del Celeste Imperio se había convertido en un perro para Carlos, quien, sin desconocer el carácter discolo y genio traicionero de Pache, que asi llamaban al chino, lo dominaba manteniéndolo para él sumiso y humilde, ante la esperanza, fundada en una promesa de Carlos, de regresar a su país y admirar una vez más las torres de Cantón, ciudad de su nacimiento, El chino había sido recogido por Carlos, dos o tres años después de haber ocurrido los hechos que dió lugar la confidencia de Manuel.
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