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e ES 10 1S mente. Eran esos hombres candidatos al suicidio? No lo sé. Les veo cada instante arrojar billetes de mil francos al rojo y al negro. Quién dice que un dia no caerán fulminados?
Monte Carlo es bello, es alegre, es ideal, pero tiene estas sombras.
Estas son el reverso lamentable de tantas alegrías.
Nadie ha escrito, lo que creo, una historia de las desdichas que por aquí han pasado. Será acaso porque el placer flota sobre ellas y las ahoga, las sofoca con la violencia de su resplandor y de su empuje.
Pero va por aquí cada tristeza que hace llorar.
Me detengo cada mañana, antes de salir, conversar con mi hotelero, hombre que vive aquí desde hace muchos años. Cuántas cosas he oído de sus labios? Apuntadas están en un car niet, y acaso sirvan en el futuro para llenar las páginas de una novela.
Cuéntame ese hombre, que un día llegó aquí un matrimonio sueco.
El era un ingeniero distinguido. Ella una dama de excelente familia. Acababan de casarse, y se detuvieron en Monte Carlo para pasar su luna de miel. Traian algunos ahorros, unos treinta mil francos que el ingeniero había trabajosamente reunido en el curso de su carrera.
Estando aquí, naturalmente sintieron la necesidad, el deseo de tentar la fortuna. Fueron al Casino, arrojaron un louis las ruletas, y perdieron. Pero volvieron, y en el treinta y cuarenta la suerte les sonrió. Les sonrió en tal forma que al lía antes de partir de Monte Carlo, habían ganado treinta mil francos.
Entonces les poseyó el demonio de la tentación, y se quedaron.
Los sesenta mil francos que ahora tenían podían convertirse en cien mil, en medio millón, en un millón acaso. Era la vida asegurada, mas que eso, la dicha atrapada. Con esa plata construirían una villa en Cannes, y con el resto se irían viajar por el mundo.
Mas, apenas resolvieron quedarse, la fortuna, que hasta entonces les había parecido una agua corriente, por la cual la barca de sus ilusiones se deslizaba a toda vela, cambio de aspecto. Hubiérase dicho que les colocaba frente a una agua mansa, profunda, amenazante. comenzaron perder. En pocos días los sesenta mil francos que daron reducidos los treinta mil primitivos, y éstos mismos fueron disminuyendo, hasta que llegó la hora en que el último louis cayó en el rojo.
Se lo tragó la suerte como, todos los demás, y el matrimonio quedó sin un franco.
Esta vida vibrante, plena de sensaciones de juego, había extinguido, había hechc casi olvidar el fuego de sus amores. No pensaban más que en este azar, que les mostraba un día su buen gesto y otro su amenaza.
Una mañana la esposa se despertó sin encontrar su lado su marido, Espantada preguntó por él y todo fué en vano. Nadie supo dar noticia de su paradero.
Sola, abandonada, sin dinero, debiendo una gran suma en el hotel, aquella mujer cayó en una terrible desesperación. Pasaron algunos meses y no recibió noticias de su compañero. No sabía si era viuda casada. En tre tanto debió luchar con la vida. Poseída por el demonio del juego, hizo 2069 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregon Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud Costa Rica.

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