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Héroes de la miseria SU er bi fe ре VIC El aprovechado artista nacional, Juan Bonilla, ha sabido con mano maestra llevar al mármol, al seguro golpe de su cincel creador, la hermosa concepción que se ve en el grabadlo que adorna las hojas de esta revista.
Pobres mártires de las sociedades los que van en annarga y doliente peregrinación por este mundo sin encontrar quien les tienda una mano cariñosa y compasiva; ellos, los desheredados de la loca fortuna, que diario se ven en las grandes ciudades arrastrando entre harapos pestilentes su miseria, turbia y cansada la pupila que nada expresa, los labios pálidos y exangüis y el andar lento y fatigoso, han servido de tema al artista que piadosamente los trasladó al mármol que glorifica; al mármol duro como es para ellos la vida, fr. o como sus noches sin abrigo y eterno como su desnudez y su pobreza.
Tristes mendigos, miserables hermanos de los hombres que os niegan piedad; sólo el bloque duro y frío os cleva y junta con los que, como brillantes astros, pasan por el mundo; el artista os iguala y, con el mismo cincel con que esculpe una cabeza real y un pecho constelado de cruces y medallas, hace surgir del mármol la doliente silueta de la madre mendiga que desgreñada y haraposa implora con mano descarnada la limosna, En el mármol todos son limosneros: el guerrero, el estadista, el escritor, piden una limosna de gloria las generaciones; el mendigo, esa madre que habéis visto, pide su limosna de pan y en su rígido mutismo de estatua parece que dijera: acordaos que hay que dar de comer al hambriento.
El motivo del grupo que inspiró a delicado escultor es, por desgracia, muy común en las grandes ciudades de la vieja Europa. Tal vez un dia al dirigirse la Academia, con el cerebro lleno de ilusiones por el triunfo futuro y ansioso de un tema, encontró esa madre que estiró hacia él la mano implorando algo para conseguir un mendrugo de pan; fue uno de esos días blancos en que la nieve cubre las ciudades y el ino implacable hace tiritar los mendigos desabrigados que no tienen logar donde poner un trozo de leña que acaso no han de hallar, entonces fue su concepción, cuando volvió con cariño sus ojos soñadores de artista hacia el pobre niño, bello como todos los niños y miserable como la gran turba de menesterosos que en doliente peregrinación recorren las enormes capitales mostrando in esqueletica lividez de sus cuerpos hambreados.
Pobres niños mendigos los que han nacido en los hospitales; hijos de la lujuria, botones de las rosas de espinas que ciñen las cabezas de los parias del mundo, de los vencidos de la fortuna; qué triste y qué fría despunta la vida para ellos, sin sonrisas alegres, sin juguetes, sin abrigo en las gélidas noches del invierno y llevando la fatidica herencia legada por el padre dipsómano y la madre escrofulosa. Pobres niños enfermos!
Héroes de la miseria? Nó, mártires de ella: en esa misera vida no hay, no puede haber heroismo.
Feliz madre haraposa! que dolorosamente fácil ganasteis lo que otros les costó un sacrificio o una infamia; mostrando al niño que amamantais con vuestro enjuto pecho de pordiosera y pensando en la limosna compasiva no pudisteis soñar que obtendríais lo que para otros és recompensa, lo que más anhelan los hombres y que por obtenerlo no esquivan nada: el mármol. Ah! los enamorados del marmal; los mendigos de la gloria casi todos tienen pan y abrigo, en tanto que la madre infeliz tiene estatua pero no tiene pan, ni tiene techo.
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