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da, para expiación de mi delito, han hecho propaganda enseñándolos todos los demás cliicos del barrio.
Antes de levantarme yo con una diana que durará por término medio sus dos horas, me siento leer y me acompañan con una llama.
mada infernal: quiero meditar un rato, y me aturden con sus gritos y redobles; tengo precisión de escribir. y, nada, no me dejan. Desde aquella hora fatal no hay para mí un solo instante de reposo. Toda la vecindad está desesperada, enfurecida, y yo que estoy mil veces más des.
esperado que todos, ni aun me atrevo unir mi voz su coro de que jas; porque ¿con qué derecho me atreveré hacerlo, yo que soy la causa primitiva del mal, el que dio a conocer a los niños de mi amigo las excelencias del tambor y la pandereta? ahora bien. no podríamos contar en el mundo diariamente millares de hombres que hacen lo mismo que yo, y se preparan y arreglan ellos mismos lo que han de maldecir después?
Los que suministran constantemente sus enemigos medios de acusación, que hacen resonar por todas partes contra su nombre.
Los que arrancan los tímidos de su natural reposo para lanzarles al tumulto de la acción.
Los que, siendo escritores distribuyen con la misma justicia la mentida lisonja o la infundada censura.
Los que se burlan del débil, sin otra razón que suponerse más fuertes que él.
Los que explotan la miseria, sin reflexionar que ellos a la vez son los miserables. No hacen todo esto con los hombres precisamente lo que yo hice con los niños de mi amigo. No les darán tambores, zambombas, panderetas y rabeles?
Su ruido atronador les perseguirá por mucho tiempo y en todas partes. muy felices serán, de seguro, si este ruido sólo les causa una molestia y no un reinordimiento.
Oigo mis vecinitos que loran: hace dos días que sus padres les exigieron algunas horas de silencio: pero los niños rebeldes todas las súplicas y amonestaciones, han continuado en su perpetuo ruido, hasta el punto de que su padre, desesperado, les acaba de romper el tambor y la pandereta. Cuán elocuente deberá ser para nosotros esta lección. Nosotros, que abusamos constantemente del prestigio de nuestro nombre, y nos dejamos llevar en brazos de la casualidad, de la que somos tan pocas veces dueños, y tan repetidos juguetes!
Cánsåse, como es natural, la constancia del destino, lo mismo que se ha cansado al padre de los niños: y cuando el runor de nuestra prosperidad la importunado a todo el mundo, amigos indiferentes, entonces el encanto se rompe, apágase el ruido, y ¿qué es lo que queda. sólo la facultad de llorar el tesoro perdido y que creíamos eterno. Cousolaos, pobres niños de ini amigo! Lo que echáis de menos, lo que tanto os irquieta, se reemplazará en breve; pero entonces las pruevas serán más graves y aprenderéis vuestra costa que todo el que mete demasiado ruido. lo mismo grande que pequeño, podrá durante un plazo más o menos largo, incomodar la humanidad, pero será hasta que le hayan roto el tambor, la zambomba la pandereta.
Carlos Olavarria 2856

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