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Honras fúnebres Para Páginas Ilustradas. Señores viajeros, al tren. al oir al mozo de la estación dar con estentórea voz el aviso, sorbimos el llamado café, pagamos precipitadamente el almuerzo, más visto que comido, y volvimos nuestro compartimento del coche, que, hacía ya siete horas que nos servía de domicilio movible.
Tres éramos los viajeros que habíamos salido de camino de Madrid, con objeto bien distinto por cierto.
Juanito Pastor, médico recién titulado, iba a doctorarse: Guillermo Roca, diputado primerizo, lleno de entusiasmo y de ilusiones; con la cabeza preñada de planes y proyectos, resuelto decir verdades como puños en las Cortes soberanas en las que ha bía de plantear y resolver todos los problemas, que hacía 50 años traían preocupados ministros y estadistas, y no cejar hasta convertir España en un paraí o sin Adán, Eva ni serpiente.
El tercer viajero, muy servidor de ustedes, al que pueden llamar Ezequiel, si gustan, vecino de Madrid donde regresaba después de desempeñar en una misión casi diplomática, en un asunto privado del entonces señor Ministro de Estado.
Mi permanencia de más de cinco meses en me había proporcionado entrar en relaciones e anito Pastor: relaciones que bien pronto se estrecharon grandemente por inutua simpatía. Con Guillermo Roca éramos ya antiguos amigos. Sus frecuentes viajes a Madrid, donde siempre tenía asuntos pendientes en ministerios y oficinas, le habían obligado tropezar conmigo repetidas veces. De estos tropezones nació una franca y sincera amistad que había tomado mayores proporciones intimidad en ciudad en que fué mi inseparable compañero y guía, así en asuntos formales como en los que no lo eran tanto.
Bueno. Pues, como iba diciendo, volvimos a nuestro coche, no sin antes comprar buen golpe de periódicos de Madrid que acababan de llegar a la estación fonda en que se cruzaban los trenes.
Sonó la campana; silbó la locomo ora y trak trak catatrak, arrancó el pesado convoy. Tomamos todos las posiciones más cómodas: nos apoderamos, cada uno, de ui periódico y apenas pasados por el suyo los ojos, dijo Guillermo: Hombre, Ezequiel Sabes quien ha muerto. Ove: El Excelentísimo Ilustrísimo señor don Agusto de la Vega Campollano y Rodríguez de la Mota Sarsfield, Marqués de tal y Conde de cual y.
ha fallecido habiendo recibido los sacramentos y la bendición apostólica. Sus sobrinos, demás parientes y albaceas testamentarios al participar. Qué lástima. dije.
Era buena persona. preguntó Juanito. Qué lástima! repetí, añadiendo que no hubiese muerto quince años antes!
Pero. no habia la esquela de su hijo. No: mira, sólo dice sobrinos y demás parientes. Sobrinos. ah sí! serán los hijos de su pobre hermana Rosa. Pero ¿cómo no se nombra ésta viviendo?
Pero me dijo Juanito insistiendo conocía bien ese caballero. No habrá confusión?
Ni suna: le conocía tanto como pudiera conocerle su propia adre; y añadire que, aún ahora, después de muerto, tengo gran pena de haberlo conocido. Augusto ha sido amigo mio, aunque me llevaba alguna edad. Yo le tuve siempre por calavera y mala cabeza, pero tantos hay así que no había por qué reprocharle. Mas llegó una ocasión en que me convencí de que era un canalla; se lo dije y reñimos para siempre.
Es más, anduve tras el algunos días buscando el momento de abofetearlo en público, no tuve la suerte la desgracia de realizarlo y lo dejé. Después me pasó la rabia y me quedaron el odio y el desprecio; no volví saludarle y no me oculté de nadie para decir cuanto él se merecía. En fin dijo Guillermo ya murió y no hay que cebarse en su cadáver. Oye, oye, Guillermito: parece esa indirecta un conato de admonición y no te la admito. Bien sabes que, si no por temperamento, soy por educación tolerante y se vivir en el mundo que vivo; pero hay cosas que me sacan de quicio y una de ellas es que se trompetee tanto la faina de todo el que muere con un par de excelencias o ilus trísimas por delante.
Ya muerto no tengo por qué alimentar el odio contra Augusto; pero ten por segu ro que si yo hubiera asistido al entierro, habría puesto una advertencia todos los discursos encomiásticos, que se habrán pronunciado. Quien?
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