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la verdadera causa de la muerte. Es muy probable que buen número de tuberculosos hayan ido al cementerio con una de estas etiquetas. Tanto valdrá en ta les casos, consignar como causa de la muerte: ignorada con lo cual, sin faltar la verdad, no se dejaría en blanco una de las casillas del libro de defunciones, lo que siempre es penoso en una estadística que se respeta.
Aunque la tuberculosis, a pesar de estos distingos, no mata entre nosotros tanta gente como la disenteria, constituye un peligro del que se han preocupado las autoridades encargadas de velar por la salubridad de la enferma Costa Rica.
Si hemos de atenernos lo que demuestran los estudios más recientes sobre esta temible plaga, el agente más común de contagio y por consiguiente el más peligroso, es la leche de vacas tuberculosas. Viene enseguida el esputo de los tísicos, peligroso no tanto porque pueda ser respirado, una vez seco y convertido en polvo, sino por que pueda ser tragado. Me explico. Un sabio, de reputación universal, Behring, afirma basándose en una serie de experimentos, realizados con una paciencia y un espíritu critico realmente admirables, que la tuberculosis del pulmón no es siempre debida, como hasta ahora se había creído, la respiración de aires infectados. Los microbios, para llegar al pulmón, no siguen la vía más corta; penetran primero en el intestino y de alli pasan por la circulación los pulmones. Como se ve, la puerta de entrada, más habitual de la semilla tuberculosa en nuestro cuerpo, seria el intestino. De qué manera?
La primera idea que se viene la mente es que la ingestión de carnes de animales tuberculosos debe ser muy peligrosa; está fuera de duda que este peligro, si existe, es tan insignificante que no vale la pena de ocuparse de él. En los últimos congresos de medicina veterinaria se ha convenido que no hay razón para decomisar toda la carne de animales tuberculosos, basta con separar los órganos manifiestamente infestados, como los pulmones y el hígado.
En efecto, la tuberculosis de los músculos es rarísima, y por consiguiente podemos comer tranquilamente bisteques de animales tísicos.
Sé bien que esta afirmación podría escandalizar los partidarios del decomiso total de la carne y tal vez, alguno invocará las famosas experiencias de inyecciones intraperitoneales de jugo de carne tuberculosa, con las cuales se logra tuberculisar uno que otro cuilo. estos rigoristas podría respondérseles, que la carne no la tomamos por inyección en el peritoneo, sino por vía más cómoda: la estomacal. Ningún cuilo se tuberculiza dándole comer carne de animales tísicos, y nótese que este animal es uno de los más sensibles la tuberculosis. No invoquemos experiencias mal conducidas y peor interpretadas para abstenernos indebidamente de un alimento que más bien es demasiado raro en la mesa de nuestro pueblo.
Si la tuberculosis de los músculos es excepcional, no sucede lo mismo con la de los pulmones (bofe) plato que figura con frecuencia en ciertas mesas. Otro tanto podemos decir de la ubre. La leche de vacas tuberculosas es muy peligrosa. He visto vacas manifiestamente tísicas, consideradas como asoleadas y que sus dueños trataban de refrescar con sendos purgantes de sal de glauber, y no es raro encontrar tuberculosis de la ubre, tratada como picadas de araña. nadie se ocultan los peligros de esta leche, de la que duras penas, 10gra obtenerse uno, dos vasos. Las recientes investigaciones señalan el camino que debemos seguir para luchar contra una enfermedud cuyos avances son realmente inquietantes. Existe un medio fácil, y digámoslo así, automático, para reconocer los animales tuberculosos: ese medio es la tuberculina, Todo el mundo recuerda la profunda emoción que se produjo en 1890, cuando el profesor Koch anunció al Congreso de Berlín la curación de la tisis por la famosa linfa que lleva su nombre. Berlin! Berlin! fué el grito general en el mundo tuberculoso. La esperanza de una próxima curación, casi nunca abandonada por ningún tísico, iluminó con postrera llamarada ojos próximos a cerrarse para siempre, sostuvo voluntades desfallecientes y aun los más arruinados, haciendo un supremo esfuerzo, se disponían quemar sus últimos cartuchos contra el mal que los minaba. La misteriosa tuberculina de Koch fué objeto de todas las conversaciones y los periódicos que anunciaban el extraordinario 3156
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