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Honras fúnebres Por César Nieto Para Páginas Ilustradas CAPÍTULO IV Todo sea por Dios Consuelo cogió a su hijo, con cuna y todo, llamó a su criada y se fué su piso.
Cuando regresaron las vecinas, no hallándola y no pudiendo explicarse el por qué de la ausencia, sin tener en cuenta la hora que era subieron a la habitación de Consuelo deseosas de saber la causa de su retirada. Recibiólas a joven esposa como pueden VV. suponer, creida como estaba de la complicidad de las visitantes con Augusto, y sólo después de muchas protestas y explicaciones e convenció de que nada tenían que ver en ello. Sólo la criada habíase prestado servir al Marqués: pero, a pesar de todo, Consuelo se negó abiertamente a volver a la casa agena.
Nada más intentó Augusto. La lección había sido dura en extremo y llegó el día en que Consuelo vió entrar de regreso su marido. Ni por a omo se le ocurrió enterarie de lo sucesido y Antonio halló su modesto hogar sin más variación que encontrar Consuelo más hermosa de lo que la había dejado. Por lo menos así le parecio él.
Pasáronse unas semanas perfectamente tranquilas y una noche, al regresar Valcarcel de no sé qué excursión se quejó de intenso frio y de dolor en el costado. Se metió en la cama y al poco rato se le declaró una intensa fiebre con tos persistente y convulsiva. Recu rió Consuelo a todos cuantos expedientes caseros creyó oportunos sin conseguir aliviar su marido; lejos de ello, la noche fué tan angustiosa para este que, ya asustada, al día siguiente mandó recado al médico. No se hizo esperar y aunque procurando atenuar en lo posible el efecto causado por el estado del enfermo, dio comprender la gravedad que existia calificando la enfermedad de pulmonía doble, aqui empezaron los sufrimientos y angustias de Consuelo. Con escasos recursos y sin más persona que ella para atender al enfermo, la casa y su hijo, se creció, se multiplicó ante la adversidad y todo daba abasto, gracias a su complexión robusta y su voluntad de hierro.
Me decía, hace ya años, un amigo mio, que el Supremo Hacedor no sabe decir más que una palabra: Más. Gracias a ello, cuando el viejo San Pedro llega darle cuenta de que un individuo, una familia o un pueblo han sido favorecidos por algún acontecimiento grato, el Todopoderoso dice ilás y se suceden y multiplican las felicidades. En cambio, cuando el santo de las llaves le va con la noticia de que, por un azar imprevisto, por una travesura del diablo, ese mismo pueblo, familia individuo le ha ocurrido algo adverso, el Señor contesta indistintamente Mas, y también se suceden sin interrupción las calamidades. Esto debe tener algo de cierto, y no quiero señalar como ejemplo a los españoles, porque a Consuelo le llovieron las calamidades.
Tras la enfermedad de Antonio vino ia del pequeño, que forzosamente había de resentirse del cansancio de su madre: y cuando ésta, agotados ya los recursos, y agotados también los pocos medios supremos medios para proporcionárselos pensaba acudir al jefe de Antonio para ver de obtener algún adelanto, una crisis ministerial con el consiguiente cambio de Gobierno, vino dejar cesante Valcarcel, sospechando yo que en ello tuvo alguna parte Augusto, pues amigo suyo muy intimo era el nuevo Ministro de Fomento. El resultado no es difícil de acertar; la más completa miseria. Antonio peor, y el niño peor, y la muchachita se fué porque no podían pagarla y Consuelo no tenía ya ropa que empeñar ni santo qué encomendarse.
El médico seguía yendo, porque era amigo, y seguía recetando y Consuelo no sabfa ya qué hacer, cuando las mismas vecinas le proporcionaron lo más indispensable para poder tirar dos o tres días; mas pasaron estos y Consuelo viose perdida En fin, dejo de pintar VV. con sus verdaderos colores aquel cuadro. Entonces estaba yo lejos de Madrid y nada supe de ello hasta más adelante. haberlo sabido en algo hubiera tenido el hondo placer de aliviar a aquellos desgraciados.
Al anochecer de un día en que la pobre esposa y madre ya estaba rayana en la desesperación, aprovechando un momento en que estaban en su casa las caritativas vecinas, advirtiblas que iba salir pero que no sería mucho el rato que estaría ause te.
Les suplicó el cuidado de sus enfermos, mientras volvía y resuelta, sin vacilación y con todo el arranque propio de su carácter entero fuese la calle.
La voz del mozo de anden cantando el nombre de una estación de empalme, con fonda, nos hizo notar que habíamos recorrido una buena parte del trayecto; la que 3160 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud Costa Rica
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