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ferrocarril su piso.
qué de la Consuelo pueden gusto, y nían que de todo, llegó el ocurrió que en ile paremedia entre el almuerzo y la comida. Nos apeamos los tres tanto para satisfacer las necesidades del estómago como para desentumecer nuestros miembros, cansados de la variedad de posiciones, casi todas incómodas, que pueden adoptarse en un coche de Tras un corto paseo, para la obligada visita al pabelló kiosko que acostumbra laber al extremo de los andenes, tomamos asiento en una de las mesas del restaurant, empezando la rápida ingestión de la comida, cuyo menú nos sabíamos ya de memoria los que con alguna frectiencia viajábamos por aquella linea. Menos mal que el trasbordo de los viajeros que allí debían tomar dirección distinta de la que nosotros llevábamos, nos permitió, antes de restituirnos a nuestro coche, dar media docena de vueltas por el anden.
Durante éstas Guillermo se dió el gusto de glosar, en forma pintoresca, la escena en que Augusto sintió los efectos de la mano de Consuelo en su boca y narices; asegurando, el novel diputado, que él, en el caso del Marqués, probablemente no hubiera dado lugar a la caricia, más consecuencia de la brutalidad del ataque que de la que él llamaba razón esencial del mismo. Según Guillermo, Augusto debía haber esperado que el pequeñuelo tomare. lo que Consuelo no hubiera tenido más remedio que darle y entonces era la ocasión de improvisar una eda encomiástica de las bellezas de la mujer, en general, y de algunos detalles en particular, con lo cual es casi seguro que Consuelo hubiera mitigado sus rigores, porque hay mujer, dijo, que resista los elogios de su hermosura aunque sepa que es una tarasca.
Pero en fin añadió, si tus anatemas contra Augusto, que en paz descanse, no tienen más fundamento que lo que hasta ahora nos has contado, naturalmente que no fué un modelo de corrección en sus procedimientos, pero tampoco fueron estos tan ina uditos que merezcan exeomunión mayor.
Esperate un poquitín, y en cuanto emprendamos la marcha reanudaré yo mi historia. Tengola seguridad de que al fin vas ser tú más terrible anatematizador que yo. mí me parece, intercaló Juanito, que ya doy con el desenlace. Consuelo saldria en busca de recursos, de cualquier manera que fuera, y no hallándolos. Qué. Se suicidó. Nos metimos en nuestra casa, se emprendió la marcha, cuyo compás iban llevando las ruedas cada vez que pasaban sobre las junturas de los rieles, y seguí yo mi relación. Continuará)
Sar Valado. Se stente y Sortunos Las danzas guerreras ara este y aunrmio, dio Ca doble.
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pagaria Consuelo ás indislo viose Asunto indigena Axopil. el flechero más temible y robusto que conociera el campo y el sol de Nicaragua, ve llegar diez indios con lanzas, en piragua, y se adelanta ellos con ademán adusto.
Nima Quiché su padre Cacique ya vetusto levanta su penacho que arroja brillos de agua al argentarlo el Astro Jehová de indio Nahua. y aquel varón ostenta la desnudez del busto.
Con los rostros manchados de añiles y betunes, se acerca con sus armas el grupo de Mosquitos y con salvajes gritas entrégase las danzas.
Restienan ata bales y pífanos y tunes, y al prolongar los bosques las músicas y gritos, el sol tiñe de sangre la punta de las lanzas.
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lación y Ime, con o; la que 3161 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregon Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud Costa Rica.

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