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Dos heroismos t ח S dar ánimo los soldados y auxiliar los heridos Las otras vivaqueras se habían quedado lejos temerosas de las balas En lo más intrincado de la pelea, entre la resplandeciente muchedum bre de espadas, fusiles y cañones se distingue por su arrojo un joven militar que con impetu feroz avanza hacia delante, seguido por dos bultos enigmáticos.
Mas, cuando ya iba tomar una bandera, verse coronado por la gloria, una descarga de fusilería le atraviesa el pecho, y cae. Los dos bul.
tos corren levantarlo, disputarse los cuidados del herido, pero éste, levantándose apenas, como reanimado por un rayo de fervoroso patriotismo, les pregunta. De quién es la victoria?
Los dos bultos misteriosos, que e.
ran la esposa y la madre, le contestan. La victoria será nuestra. Viva, pues, mi patria! y exhaló el último suspiro.
a. Ya el sol se preparaba dar su paseo cotidiano por sobre la alfombra de colores con que la aurora le recibe, cuando, por la carretera del Norte, desfilaba un grupo de soldados con rumbo a la frontera, donde tendría que encontrarse con el ejército enemigo y dar allí la primera batalla.
Aquellos hombres no iban tristes pesar de que la esperanza de regreso era más que problemática. Todo lo contrario, marchaban con pie firme, vivando sus jefes, vivando la bandera, profiriendo insultos y lanzando mueras contra las huestes enemigas, gritos aquellos en que se reflejaba el valor y el patriotismo de los herederos de la ibérica península, los hijos de los Andes.
Detrás de aquel grupo de soldados, que iba a la muerte, porque el número de los contrarios era mucho mayor, caminaba otro grupo: el de vivanderas y con aquellas una moza de tez morena, boca provocativa roja como un capullo de amapola, nariz perfilada y ancha hacia las ventanillas, los ojillos negros y picarescos, cimbreado el talle, y vestida la usanza criolla, camisa de gola y faldas de zaraza un tanto flojas por el estado interesante en que se hallabay sombrero de palma adornado con flores naturales sujeto al peinado con una cinta blanca, que hacía contraste con otra de terciopelo negro que llevaba al cuello, de la cual pendía un relicario en forma de corazón. Su abundante cabellera oscura le daba aires de ninfa seductora corriendo por las selvas.
Cerca de ella, prestándole su apoyo, iba la madre de su esposo, una buena mujer doblegada ya al peso de los años.
Después de varios dias de rudas jornadas llegan por fin muy cerca del vivac. Se apuestan por allí bajo la enramada de los árboles, sobre la hojarasca, y al romper los primeros destellos del día rompen los clarines y se oyen los primeros disparos. Se santiguan y rezan; mas la inquietud las acosa y salen de su escondrijo y se colocan en la línea de fuego para a S Meses después la viuda, acompañada siempre de la madre de su esposo, andaba de puerta en puerta.
con un niño en los brazos, asaz andrajoso, ella que soñaba llevarle con cintitas de color de rosa, primorosamente vestido, pidiendo puesto como mandadera, pero en todas partes hallaba la negativa. Ella que era tan guapa, ella que era tan linda y que podía tomar otro camino.
ya que con frecuencia la asediaban los tenorios trasuochados.
Mas nadie sabe donde le lleva el destino. De pronto enferma el niño de gravedad y la miseria se ensaña más contra aquellas dos mujeres, clava sus garras de pantera en sus doloridos y desesperados corazones, y no le queda más recurso que ceder a los ruegos y requiebros del primero que pasa y cumple heroicamente con su deber de madre, como cumplió heroicamente su marido en el campo de batalla!
Carlos Poce 3412
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