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LA REPUBLICA, sábado 21 de enero de 19789 La sección que falta en La República Myriam Bustos Arratia otros. De más está que diga que las páginas con informaciones culturales no me las salto nunca, dados mis intereses tan marcados en este sentido, y que las que se dedican a juegos de bola o de raqueta las ignoro siempre, dada mi renuencia patológica a ese tipo de actividades.
Pero hay otras que me agradan tanto como las primeras y también me las leo de cabo a rabo en cualquier diario, seminario o revista. porque me parecen extremadamente interesantes y valiosas es que lamento que este periódico no les dé cabida.
Me refiero (ya escucho los aplausos con que muchos me premiarán este artículo) a las Cartas de los Lectores.
a Todos los lectores de periódicos sabemos que hay determinadas secciones de estos que nos agradan especialmente. veces, este agrado se manifiesta hasta en una especie de compulsión por dirigirnos, antes que nada, a la página o a las páginas preferidas, en vez de revisar la publicación en orden y de darle un vistazo general antes de leerla.
He conocido a muchas personas que, al tener La Nación entre sus manos, por ejemplo, buscan apresuradamente la página en que Mafalda, Justo y Franco, Olafo y Pepita constituyen un grato oasis después del maremágnum de avisos económicos que tantas áridas hojas agregan a su cuerpo; lectores existen que, al recibir La República. como si lo más importante fuera el fútbol, saltan todas las restantes hojas, no miran ni siquiera los titulares de la primera y entierran narices y ojos en todas las informaciones deportivas. como Excelsior trae una última sección en que hay toda suerte de datos sobre espectáculos, los amantes del cine o los que desean conocer ante todo los nombres de los programas de televisión previstos para ese día, inician el hojeo del matutino éste de atrás hacia adelante.
Estoy segura de que hay quienes buscan a Julio Rodríguez o a Beto Cañas o a Enrique Benavides en primer término, en La República. en Excelsior y en La Nación. Cuestión de gustos, de intereses, de preferencias por calidad de plumas, por personas o por ideologías, en el caso de los tres columnistas citados.
En mi situación particular, en cada periódico tengo secciones favoritas y las leo por orden de preferencia.
Es decir, mi lectura es caótica desde el punto de vista del sitio en que se halla lo que me interesa más. Llego a quedar con los brazos cansados de tanto dar vueltas las páginas, de acuerdo con mi conservantismo en este aspecto, Tengo, pues, secciones preferidas en cada periodico. Pero, por lo general, la que me gusta en uno suele no ser la misma que gana mi preferencia en Desde el momento en que los lectores son quienes reciben el mensaje periodístico; desde el instante en que, sin contar con ellos, no tendría sentido darse a la tarea de editar un diario, un semanario o una revista, creo que todo periódico que se respete está en la obligación de concederles un espacio especial para opinar, para sugerir, para solicitar, para atacar, para reclamar; o, simplemente, para expresar inquietudes o dar a conocer situaciones o hechos que, desde que provienen de otra persona con tanto valor como cualquier otra por el solo hecho de haber nacido, deben tener interés para alguien o para muchos.
ellos, de las cartas que los lectores escribían a su órgano de prensa favorito. Puedo agregar, incluso que hasta me surgió un cuento que luego se publicó en Excelsior. inspirado por lo que la gente escribió al periódico La Nación cuando don Cristian Rodríguez declaró ser ateo desde los nueve años, e inspirado, igualmente, por las opiniones que se vertieron sobre Vesco en 1975.
La sección Cartas de los Lectores sirve, muchas veces, como único y necesario medio de expresión, a personas que tienen ideas dignas de conocerse y que saben expresarlas, pero, por no ser periodistas, no tienen dónde estamparlas por escrito.
Claro está que mis afirmaciones no significan que cualquier carta deba ser publicada. Por cietto que tiene que hacerse una selección, y en ella hay que considerar tanto el contenido como la forma, de manera que el lector que es incapaz de redactar con un mínimo de corrección, no veria publicada su carta (con todas las excepciones del caso, desde luego, ya que, a veces, una carta mal redactada es el mejor elemento para demostrar algo que al periódico le parece conveniente dar a conocer con muestras que hablan por sí solas. Al lector le agrada saber qué piensan o qué pueden aportar a su información otros seres como él, otras personas comunes y corrientes que muchas veces revelan bastante más talento para decir cosas por escrito que muchos profesionales del periodismo.
No me cabe la menor duda de que el día en que La República tenga en consideración el deseo manifestado si no recuerdo mal por Ibsen: Quisiera un periódico escrito por el pueblo. y de cabida en página especial a lo que sus lectores anhelan decir para que otros conozcan su pensamiento, ganará unos cuantos puntos en lo referente a interés, variedad. pluralidad, objetividad, amplitud de información. Es decir, mejorará su calidad. Qué piensan de esto ustedes, lectores?
Me parece que las Cartas de los Lectores son el mejor medio para retroalimentar al periódico, para marcarle, a veces, rumbos, sin que ello signifique intromisión ni pérdida en ningún sentido.
Pienso, además, que pocas secciones dan cuenta mejor que ésta al lector de lo que es el conglomerado humano en que ese medio de difusión se publica. Al afirmar esto, recuerdo, específicamente, con qué avidez intentaba yo conocer a la gente de este país, recién llegada a él, valiéndome, entre otros medios más directos, de la lectura de los periódicos y, en Pedro Henríquez Ureña Humanista Continental culada. Tanto podo al árbol de la retórica que su estilo, despojado de toda fronda inútil, de todo adorno innecesario resulta a veces esquemático. hasta tal punto llevó su antipatia al énfasis y su repugnancia a la amplificación ociosa. Solamente un pensador de la riqueza ideas de Pedro Henríquez Ureña pudo permitirse en aquel principio de siglo, en el cual reinaba la literatura endomingada, y más aún verbosa como lo fue en toda nuestra América, esa limpia y voluntaria falta de retórica. Con ella Pedro Henriquez Ureña en sus ensayos sobre Juan de Alarcón, sobre Pérez de Oliva, sobre los clásicos ingleses, sobre el gran teatro de todos los tiempos dejó senalados en líneas nítidas sus conceptos; clara como la luz del día sus apreciaciones literarias y filosóficas y fundada una nueva escuela de expresión, en la cual el pensamiento se decanta tanto que se quita esencia y llega al lector con sereno impacto. Dueño de un gran don comunicante, acaso la fuerza más decisiva de todo buen escritor, Pedro Henriquez Ureña no sólo transmite sino que convence. Recuerdo haber leído hace poco su Nacimiento de Dionisios donde da el su personal versión de la tragedia antigua, y haberlo disfrutado como si fuese tema totalmente nuevo, simplemente, por la vigorosa y ordenada exposición, pura como una columnata griega. Sus títulos, que pasan de veinte, recorren temas de un alto humanismo, de una cultura rigurosa y amplísima y de igual modo nos habla de La Cultura y las letras coloniales de Santo Domingo. oh delicioso e inesperado Tirso de Molina que vivió tres años en la ciudad primada de América y escribió allí obras llenas de un aroma tropical no antes respirado en Españía. como de igual modo se enfrasca en el tema de la Versificación irregular en la poesía castellana o escribe en ejercicio de puro goce literario, el cuento Sombras o Seis ensayos en busca de nuestra expresión. La poesía de Pedro Henriquez Ureña, menos lograda que su prosa, recuerda sin embargo en ciertos giros de frase a la de su madre, la famosa Salomé Ureña, quien bien merece párrafo aparte.
Al pasar por cierto cruce de calles bastante céntricas, en Santo Domingo, una plazoleta redonea nos sale al encuentro: desde su centro, sobre sencillo plinto, nos sonríe el busto en bronce de Salomé Ureña. Su rostro delicado de mujer joven no llegó a vivir cincuenta años, tiene una expresión exquisita, austera y soñadora a pesar de la levemente esbozada sonrisa. Se familiariza uno con ella de tanto pasar a su vera y entonces va aprendiendo cosas de esta extraordinaria mujer que tuvo una cultura sorprendente para su época y un don de poesía más extraordinario aún. Fue maestra y abanderada de los derechos femeninos. En su famoso Instituto de Sefioritas graduó numerosas maestras que luego pasaron a ser la avanzada de la cultura femenina en su país. Casi con Francisco Henríquez y Carvajal, pedagogo también, médico graduado en París y en alguna ocasión, brevemente, presidente de la inquieta República Dominicana y expulsado luego de su país cuando la invasión extranjera. Salomé Ureña, excelente poetisa, de verbo inspirado, de temas de alta trascendencia y de gran soltura y elegancia en el manejo del verbo, fue en esta materia también maestra. Toda su obra escrita de gran inspiración patriótica, así el poema Anacaona o ecuménica, tal su canto En Defensa de la Sociedad. está revestida de hermosísimas imágenes líricas, a tiempo que los temas que trata nunca son banales. Podría decirse que de ella le vino al hijo más famoso esa especie de luz en la sangre para pensar alto y hablar claro. La poesía intimista que tan frecuente suele ser en las mujeres, no fue apenas cultivada por Salomé Ureña. Toda su obra está empapada de un hálito de progreso, un deseo de avance, que la hacen a ella también, perfectamente vigente. Su otro hijo, también escritor, novelista y cuentista éste, Max Henriquez Ureña, dejó también obra de importancia, especialmente sus novelas históricas y sus Episodios Dominicanos. De una familia de preocupados por el avatar de su país, al que amaban profundamente, patriotas esforzados y gente de alta cultura, fue sin embargo Pedro Henriquez Ureña, el de mayor proyección en la historia. Figura universal, humanista preclaro, su Plenitud de España es conocida en todos los ámbitos de lengua castellana.
Gloria Stolk Una de las primeras cosas que impresionan a quien tiene la oportunidad de vivir en la historiada y realmente hermosa ciudad de Santo Domingo, es la presencia viva, ubicua, vigente, de este gran escritor dominicano que, muerto hace treinta años, pervive sin embargo no sólo en libros y papeles sino en el ambiente mismo de la ciudad y del país dominicano.
En este aire fino, un poco salobre, que se respira en aquellas costas, viaja constantemente en labios jóvenes el nombre de Pedro Herníquez Ureña. Pedro Henriquez Ureña se llama una de las mejores universidades de la isla, provista de una facultad compuesta por profesores de primer orden, rigurosa en sus métodos y con un alumnado deseoso de aprender. Como es lógico en ella se estudia a fondo y de igual manera en las otras universidades y liceos del país, la obra poderosa y profunda de este escritor que moldeb sin duda en buena parte el pensamiento dominicano actual, incluyendo incluso grandemente en algo tan inconsútil. tan personal como es el estilo literario. es que Pedro Henriquez Ureña fue ante todo el antiampuloso. El enemigo acérrimo de la prosopopeya, la hojarasca y el foripondio. Sobrío, elegante, pensado, claro y sabiendo hondo exactamente lo que quería decir, no se anduvo nunca por las ramas ni se permitió alamares verbales que recargasen el concepto. Con relación a esta autera economía de lenguaje con la cual Pedro Henríquez Ureña se adelantó a su tiempo, entrando de lleno en el nuestro no solamente por sus ideas sino por la forma de expresarlas, uno de sus brillantes comentaristas, anota: Llegó en prosa al grado máximo de expresión, a la sencillez casi absoluta, e hizo gala, en las obras de plenitud, de cierta sequedad cal11 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.
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