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Costa Rica es un país donde la palabra "renuncia" no existe en el diccionario de los políticos. Se confían, quizás, en que aquí no hay escándalo que dure más de tres días y a que una mayoría de los ticos, con el paso de los meses, perdona y olvida la torta.
Ese parece ser, ahora, el caso del vicepresidente de la República, Kevin Casas, y el memorando que redactó junto con el diputado Fernando Sánchez. Ambos creen que con una simple disculpa saldan la gravedad de sus propuestas incluidas en la nota al presidente Óscar Arias y al ministro Rodrigo Arias.
La disculpa, efectivamente, cabe, pero también, la renuncia. Procede, con más razón, en el caso del Vicepresidente, por su petición de sancionar a los 59 cantones regidos por alcaldes del PLN si en ellos gana el NO. Un funcionario con esa mentalidad, con tan malas intenciones y menosprecio hacia la libertad de decisión, debe estar en su casa, no en la Casa Presidencial.
La radicalidad de su planteamiento vendría solamente a empobrecer a los que viven en los muchos cantones donde las municipalidades invierten con cuentagotas, lo cual frena el desarrollo comunal y personal.
Eso es imperdonable en un hombre de su posición, quien como vicepresidente, como ministro de Planificación, tiene el poder de girar instrucciones para castigar, como él quiere, a los cantones que voten por el NO.
Para que no se olvide su sentencia, aquí está: “Hay que hacerlos responsables (a los 59 alcaldes del PLN) de la campaña de cada cantón y transmitirles, con toda crudeza, una idea muy simple: el alcalde que no gana su cantón el 7 de octubre no va a recibir un cinco del Gobierno en los próximos tres años. El mismo razonamiento puede aplicarse a los regidores”.
Casas, con este “razonamiento” evidencia un ánimo de manejar los recursos públicos como lo hacen Hugo Chávez o Fidel Castro: con estilo totalitario. Su extremismo lo descalifica para continuar en un cargo que requiere personas con sensibilidad social, buenas intenciones y respeto a los otros.
El señor Casas debe interiorizar que no puede continuar. Su imagen se destiñó, la confianza en sus decisiones se debilitó.
La disculpa, entonces, es válida, pero con renuncia incluida, porque si algo debe comprender Casas es que los costarricenses estamos cansados de políticos que dispongan de los recursos públicos con sentido politiquero, por decir lo menos.
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