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Estados Unidos: Las dos caras de la moneda

Mientras el aparato militar estadounidense se prepara para lanzar un zarpazo sobre Irak, el exmandatario Jimmy Carter recibe el Premio Nobel de la Paz.

Mientras el aparato militar estadounidense se prepara para lanzar un zarpazo sobre Irak, el exmandatario Jimmy Carter recibe el Premio Nobel de la Paz.
Blair, fiel escudero de Bush, intenta recabar apoyos para la intervención en Irak, como el del presidente ruso Vladimir Putin.
El presidente de Estados Unidos, George W. Bush obtuvo un cheque en blanco por parte del Congreso de su país, para poner en marcha una operación bélica cuyo objetivo manifiesto es acabar con Saddam Husein y el armamento de destrucción que, supuestamente, posee Irak; pero que, en el fondo, lo que persigue es asegurar el control de las empresas estadounidenses sobre los ricos yacimientos petrolíferos de esa nación.
Por primera vez desde la Guerra del Golfo, queda en evidencia que el principal interés de la Casa Blanca en la situación política de Irak estriba en la posesión del oro negro.  El gobierno, obviamente, no lo admite; pero otros sectores, como empresarios y genios de las finanzas, justifican una guerra en la región del Medio Oriente en la necesidad que tiene la economía estadounidense de asegurarse un suministro de crudo para los próximos años.
 

ORO NEGRO

El discurso unilateral de la administración Bush se refuerza cada día más.  El principal escollo para una invasión a Irak no son las Naciones Unidas, sino el Congreso.
La semana pasad ambas cámaras, la de representantes y el Senado, le dieron al presidente la autorización que necesitaba para iniciar hostilidades cuando la maquinaria bélica esté a punto.
El regreso de los inspectores de armas a Bagdad o las concesiones que parece dispuesto a realizar Husein, tienen sin cuidado a un mandatario que está determinado a culminar la tarea que dejó pendiente su padre en 1991.
La realidad es que los depósitos de crudo de Arabia Saudita, principal aliado de Washington en la región, la monarquía absoluta y ultra conservadora han disminuido notablemente e hicieron que, poco a poco, los precios del petróleo se hayan elevado en los mercados internacionales.
Irak posee reservas inexploradas que serían capaces de sustituir a los pozos saudíes, una vez que se hayan agotado.
A pesar de su discurso antibélico y su postura enérgica ante la Casa Blanca, la oposición de China, Rusia y Francia a una resolución del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) que contemple el uso de la fuerza si Bagdad no permite una inspección minuciosa de sus arsenales, no se debe a cuestiones humanitarias o geopolíticas; sino a intereses económicos muy importantes.
Estos tres miembros permanentes del Consejo, con derecho a veto, se oponen a los ataques estadounidenses debido a que sus empresas han encontrado portillos por los cuales evadir el embargo sobre Irak y tienen a su cargo la comercialización del petróleo de ese país.
La opinión de estos gobiernos tiene sin cuidado al ejecutivo de Washington.  Bush sabe que con la luz verde del Congreso, tiene el camino abierto para atacar.
La tarea de negociar un acuerdo que le dé validez a la acción bélica en el marco de las Naciones Unidas, la dejó en manos de su principal aliado: el Reino Unido de la Gran Bretaña.
El Primer Ministro inglés, Tony Blair, haciendo el papel de fiel escudero, inició una ronda de contactos con los otros socios permanentes del Consejo de Seguridad, en busca de apoyos.
La primera escala de estas visitas fue Moscú, en donde el premier británico le aseguró al presidente ruso, Vladimir Putin, que los intereses económicos de Rusia serán protegidos en la invasión.
Putin parece haber quedado un poco más tranquilo con la promesa de Blair y dijo que estudiará los proyectos de resolución en contra de Irak que Estados Unidos y Gran Bretaña presenten en el seno del Consejo de Seguridad.
Con o sin la aprobación de dicho Consejo, la razón por la cual la Casa Blanca aún no inicia sus planes de conquista no se relaciona con el carácter de legalidad que pueda tener su actuación.
A Estados Unidos poco le importa a estas alturas el derecho internacional.  El motivo que atrasa una nueva «tormenta del desierto», es que los estrategas del Pentágono consideran el invierno boreal como el momento ideal para una invasión, debido a que las temperaturas en el desierto iraquí no son tan agobiantes y el clima se presta para las actividades aéreas.
De este modo, lo más probable es que diciembre o enero sean los meses escogidos para lanzar el ataque.
No obstante los esfuerzos del Vice Primer Ministro iraquí, Tarik Aziz, por recabar apoyos dentro del mundo árabe, los gobiernos moderados de la región no parecen dispuestos a enfrentarse a EE.UU.
Para los expertos, la campaña en Irak sería letal y rápida, debido a la superioridad tecnológica de unas fuerzas armadas cuyo presupuesto se incrementa anualmente y que multiplica por diez la cantidad de recursos que China y Rusia, conjuntamente, destinan a la defensa.
El único escollo es el terrorismo.  El descontento por la política del gobierno de Ariel Sharon en Israel y una victoria estadounidense contra el régimen de Bagdad, incrementaría el número de musulmanes fundamentalistas dispuestos a dar su vida en defensa de su fe.
Al Qaeda, la red responsable por las masacres del 11 de septiembre, continúa activa.  Los atentados en la isla indonesia de Bali, la explosión en un petrolero de bandera francesa cerca de Yemen y el asesinato de dos soldados estadounidenses en Kuwait, así lo prueban.
El unilateralismo y la arrogancia de la política exterior estadounidense son el caldo de cultivo ideal para los adeptos a Osama Bin Laden.

UNA LUZ EN LAS SOMBRAS

«Si me hubiese correspondido votar como senador a la propuesta de Bush para tener vía libre para atacar a Irak, seguramente hubiese votado que no», aseguró el expresidente de los Estados Unidos, Jimmy Carter, luego de saberse ganador del Nobel de la Paz de este año.
Desde su administración, entre 1977 y 1981, el demócrata impulsó el desarme y el diálogo con la Unión Soviética; las negociaciones de paz de Camp David, que permitieron el mutuo reconocimiento entre Israel y Egipto; y el acuerdo que devolvió a Panamá la soberanía del canal interoceánico.
Carter demostró tener un talante que contrastó notablemente con el de su sucesor, el republicano Ronald Reagan, mentor político de los Bush (padre e hijo).
La crisis de los rehenes en Irán fue uno de los hechos que empañó la gestión de un inquilino de la Casa Blanca que, para muchos, casi pasó desapercibido.
Emisario de paz en los conflictos más complejos, especialmente durante la presidencia de Bill Clinton, luchador incansable por los derechos humanos y defensor a ultranza de la pureza electoral, Carter ha sabido llevar su ex presidencia de una manera mucho más productiva que su mandato.
Para Carter, el tono unilateral de la Casa Blanca, su renuncia a participar en iniciativas de índole multilateral, tales como la Corte Penal Internacional, el Protocolo de Kyoto sobre el calentamiento global, o el fortalecimiento de las instituciones que ayudan a los países más pobres, así como su arrogancia al asumir el papel de gendarme del mundo, son políticas muy peligrosas.
El presidente del tribunal que concede el Nobel, dio una bofetada a la administración cuando aseguró que el Premio para Carter debía interpretarse como una censura a la posición de Washington en torno al tema de Irak.
Carter aboga porque las soluciones a los problemas como el de Irak se discutan en el marco de Naciones Unidas. Además, fue el primer emisario de alto nivel de Estados Unidos en visitar Cuba y reunirse con Fidel Castro, en un acto inédito que no contó con el aval de Bush.
Modesto y sencillo, Carter es la otra cara de la moneda de los líderes de un país que planifica el futuro de Irak con base en la experiencia que supuso la ocupación de Japón tras la Segunda Guerra Mundial.
De acuerdo con los planes del Pentágono y de las agencias de inteligencia, tras derrocar a Husein, militares estadounidenses gobernarían Irak durante un período de estabilización.  En ese lapso, las petroleras de Francia y Rusia recibirían el apoyo para asegurar una explotación adecuada de los ricos pozos de petróleo de la nación árabe.
 

  • Manuel D. Arias M. 
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