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Los esfuerzos de paz en el Medio Oriente palidecen ante la amenaza terrorista y la intransigencia de las partes.
Un convoy israelí patrulla la ciudad palestina de Rama
Al Qaeda y las organizaciones radicales palestinas han puesto de manifiesto su oposición a cualquier tipo de diálogo con Israel y Occidente; asimismo, la ocupación de Irak parece ser más complicada que la campaña bélica recientemente concluida.
Los aires no soplan a favor de Estados Unidos y sus aliados en el mundo árabe. Masacres en Arabia Saudita y Marruecos despejaron las dudas sobre la capacidad operativa de la red fundamentalista islámica comandada por Osama Bin Laden.
En Israel y los territorios palestinos, por su parte, a pesar de que ambas partes han dicho que, en líneas generales, aceptan el plan de paz propuesto por Washington y otros países y al que el Secretario de Estado, Colin Powell, denomina «hoja de rutas»; esto no ha impedido que el ejército judío siga realizando incursiones diarias y tampoco que las organizaciones Yihad o Hezbolah hayan detenido su campaña suicida.
La elección de Abu Masen como Primer Ministro de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), un paso que demandaban estadounidenses e israelíes para sacar del juego al líder histórico de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Yaser Arafat, no ha colmado las expectativas del premier Ariel Sharon, quien acusa a los palestinos de no hacer lo suficiente para detener el terrorismo.
El problema es que, como bien saben los servicios de inteligencia estadounidenses, es muy poco lo que las fuerzas del orden pueden hacer para acabar con organizaciones que dan un golpe y luego desaparecen mimetizándose con la población.
El esfuerzo de la ANP en contra de los terroristas puede ser sincero; no obstante, la persistencia de ataques por parte de radicales islámicos es un conveniente pretexto para que el gobierno conservador de Sharon mantenga la presión militar sobre los territorios ocupados.
Esta estrategia responde a la idea de debilitar al máximo a las fuerzas palestinas, inclusive las regulares, antes de permitir la creación de un Estado árabe independiente en Cisjordania y Gaza.
Además, quienes han presentado más objeciones a la «hoja de rutas» elaborada por Estados Unidos, Rusia y la Unión Europea han sido los israelíes, que se niegan a abandonar sus asentamientos en territorio palestino.
Otra cuestión no resuelta, y que es la que ha hecho fracasar iniciativas anteriores como la del ex presidente Bill Clinton, es el estatus de Jerusalén.
Ni judíos, ni musulmanes parecen dispuestos a ceder un ápice cuando se negocia sobre la soberanía de la ciudad tres veces santa.
Otro de los problemas del plan de Bush es que, con la guerra en Irak, Estados Unidos ha perdido la legitimidad frente a la mayoría de gobiernos árabes.
La reciente gira de Powell por el Medio Oriente y el Golfo Pérsico no parece haber limado suficientes asperezas y la situación tiende a encaminarse hacia un callejón sin salida que conduce a una guerra generalizada, la cual, digan lo que digan, nadie está en capacidad de ganar.
Con la conquista de Irak, los halcones de la Casa Blanca pensaron que ganarían un bastión estratégico para estabilizar a su favor la región.
No obstante, la creciente oposición de diversas facciones iraquíes, — principalmente de los chiitas que sueñan con una República Islámica al estilo de Irán –, hace cada vez más difícil el control del país y se teme una sublevación popular, contra la cual poco o nada podrían hacer tanques y aviones.
Estados Unidos ha sido incapaz de controlar la seguridad ciudadana y de restablecer los servicios públicos. Para los iraquíes, su situación actual es mucho peor que al principio de la guerra.
Esto hace que muchos se pregunten sobre las verdaderas intenciones de la administración Bush y demanden la salida inmediata de las tropas extranjeras y el regreso de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Aquellos que pensaban que el gobierno de EE.UU. aplicaría una suerte de «Plan Marshall» que haría de Irak la envidia de sus vecinos, parecen haber errado sus cálculos.
Bush parece conformarse con sostener la situación, e incluso utilizar la violencia si es necesario en contra de civiles.
El flujo de efectivo con el que, a priori, contaba el mandatario, fue cerrado por un Congreso temeroso de la debilidad de la economía interna. Bush también sufrió un estrepitoso revés en su política de reducción de impuestos, que fue rechazada por el legislativo de forma mayoritaria.
Mientras tanto, desde las arenas de los desiertos, resuena el eco de fantasmas que atemorizan al aparato militar más poderoso de la Tierra. Al parecer, Osama Bin Laden y Saddam Husein se preparan para una venganza de proporciones apocalípticas.
Al Qaeda ya demostró que aún es capaz de mucho, con dos atentados en Arabia Saudita y cinco en Marruecos.
El próximo blanco, advierten algunos analistas, está en territorio estadounidense y podría generar una catástrofe mucho peor que la del 11 de septiembre de 2001.
La muerte de inocentes no justifica ninguna causa; no obstante, Estados Unidos podría recoger antes de lo previsto la cosecha de odio que sembró en Irak y que, desde hace muchos años, cultiva con su apoyo incondicional a los políticos extremistas de Israel.
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