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Elegir a oscuras

Las casi inmediatas elecciones de febrero del 2006 están marcadas por dos hechos que debían determinar las propuestas, debates, acuerdos y conflictos entre los grupos que compiten por administrar el país durante los próximos años. El primero es el destape de la venalidad eventual y de la ruina moral de la ralea política encabezada por varios de quienes llegaron a la Presidencia, asuntos inscritos en la corrupción de los ámbitos público y privado y signos de que el país se mueve mafiosamente en política. El segundo es el arte para afrontar un TLC con Estados Unidos que reconfigurará la economía, la sociedad y la cultura, para bien o mal de unos y otros, al extremo de que, remover sus efectos, si ellos resultan depredadores, hará necesaria una revolución más radical y amplia que la encabezada en su momento por Figueres Ferrer.

Las casi inmediatas elecciones de febrero del 2006 están marcadas por dos hechos que debían determinar las propuestas, debates, acuerdos y conflictos entre los grupos que compiten por administrar el país durante los próximos años. El primero es el destape de la venalidad eventual y de la ruina moral de la ralea política encabezada por varios de quienes llegaron a la Presidencia, asuntos inscritos en la corrupción de los ámbitos público y privado y signos de que el país se mueve mafiosamente en política. El segundo es el arte para afrontar un TLC con Estados Unidos que reconfigurará la economía, la sociedad y la cultura, para bien o mal de unos y otros, al extremo de que, remover sus efectos, si ellos resultan depredadores, hará necesaria una revolución más radical y amplia que la encabezada en su momento por Figueres Ferrer.

Sin embargo, en la campaña éstos son hechos etéreos. Ottón Solís, por ejemplo, habla de ética y gerencialidad como si Costa Rica no tuviese ya una ‘ética’ de Alí Baba y una gerencialidad que permite exprimir y arrinconar a los débiles para hinchar los buenos negocios privados y la solemnidad altanera y autista de los ‘prestigiosos’. Casualmente, es lo que impera. ¿Qué pasa, en cambio, con la maniobra 4-3, arma de saqueo pomposo de quienes danzan en torno a los candidatos como si venalidad y corrupción les fuesen ajenas e ignoradas? Se trata del saqueo de instituciones que potencia un mal servicio que las pone al borde del desamparo. ¿Por qué no control de los usuarios, sindicatos y ciudadanos sobre la CCSS o el INS, por ejemplo? Parte de la grosería política del país se debe a que los trabajadores (y sus dirigencias clientelistas) nunca entendieron que sus intereses y los de todos pasaban por asegurar un óptimo servicio al usuario. La corrupción no se destruye con frases sino con la adopción de lógicas sociales cuya eficacia convoque legitimidad. Por ahí va el combate por transformar radicalmente la ‘espiritualidad’ del servicio público. Es decir, las «galletitas».
 

El PAC intuye esto o lo sabe. Pero no lo encara. Al menos no en su propaganda masiva. ¿Cómo educará entonces a los electores? ¿Como acumulará para lo que le resta del largo camino para ser alternativa efectiva de gobierno? Porque el país necesita un PAC, aunque no lo sepa y no sea éste.

El argumento de dejar el TLC para cuando se «aclaren los nublados» es risible: «No hay que electoralizar su discusión». ¿Qué momento más propio que una elección nacional para estudiar, discutir y comprometerse sobre un instrumento que puede cambiar el país? La propaganda nos aturde en cambio con 1000 ‘meritócratas’ ocupados en ‘pensar’ por la gente. Piensan, pero no sueltan palabra acerca de cómo, por ejemplo, impedirán la agudización de las brechas internas y el deterioro de las tramas sociales básicas como ‘efecto’ del nuevo paso ‘modernizador’.

Los candidatos optan por ser sexis, jóvenes, águilas o gerenciales antes que interpelar a la ciudadanía y dejarse interpelar por ella sobre temas cruciales. De hecho, la campaña transcurre como si recientemente en el país no hubiera pasado nada. Ni fuera a pasar.

  • Helio Gallardo
  • Opinión
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