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La encrucijada

El ser humano ha alcanzado una encrucijada. En una dirección, se vislumbran catástrofes inimaginables: guerras nucleares, hambrunas, degradación ecosistémica irreversible y colapso de instituciones y gobiernos enteros. Podemos esperar, asimismo, un aumento en los desastres climáticos; debacles sociales y económicas; así como rupturas caóticas autoorganizadoras, en el nivel biosférico, de dimensiones jamás experimentadas.

El ser humano ha alcanzado una encrucijada. En una dirección, se vislumbran catástrofes inimaginables: guerras nucleares, hambrunas, degradación ecosistémica irreversible y colapso de instituciones y gobiernos enteros. Podemos esperar, asimismo, un aumento en los desastres climáticos; debacles sociales y económicas; así como rupturas caóticas autoorganizadoras, en el nivel biosférico, de dimensiones jamás experimentadas.
Conjuntamente y de manera preocupante, en este escenario apocalíptico se entrevé también una escalada en la manifestación de expresiones sumamente destructivas e intolerantes de la diversidad, la civilidad y la lucidez; tales como los fundamentalismos religiosos, las ortodoxias científicas y los autoritarismos y totalitarismos gubernamentales.
Esta es la vía del descalabro. En ella reinan el miedo, la ignorancia, el egoísmo patológico y la cerrazón cognitivo-emocional y racional-intuitiva. Es el sendero hacia la autodestrucción. Bajo esta visión, el ser humano se encuentra irremediablemente separado, escindido, aislado, en un universo frío e inerte. Es una nada itinerante en un mundo carente de significado y de maravilla. Dicho camino representa, en cierta forma, el mito de la existencia de un universo esencialmente fáctico; de objetos, causas y efectos, llevado hasta sus últimas y catastróficas consecuencias.
Indiscutiblemente, ya en nuestra realidad inmediata, la libertad y la dignidad del ser humano, así como el equilibrio ecológico del planeta, están siendo gravemente amenazados por esa dictadura socioeconómica, que algunos denominan como el capitalismo autorregulado de tipo neoliberal. Como bien lo ha argumentado el Dr. Carlos Ml. Quirce en las páginas de este semanario, en diversos artículos de alto calibre intelectual, científico y humanista: el hombre, como solamente un cliente, que enriquece con su sueldo a una minoría de la humanidad, es un despojado de su heredad espiritual, en manos de los peores ladrones posibles. Es un hombre huérfano de mito, de rito, de identidad terrena y de medicina religiosa. Es un no-hombre.
Pero no olvidemos que una encrucijada representa una situación que ofrece varias posibilidades de las que no sabemos cuál tomar. Hay un segundo camino posible, o quizás, varios caminos no excluyentes entre sí, que apenas han empezado a surgir -a emerger de manera auto-organizada y organizativa- como una tenue luz de esperanza en las mentes de algunos individuos y colectividades. Estas racionalidades emergentes nos instan en la dirección de una transformación radical en la conciencia; aunada a una revolución paradigmática en la ciencia; y a un enriquecimiento de la vida interna, social y espiritual del ser humano.
Esta es la vía de la disolución del ego-separado-del-mundo, la reinvención epistemológica y de la trascendencia transpersonal, multicultural y globalizada. En ella reinan el amor, el altruismo recíproco y la comunicación afectiva y efectiva. Al mismo tiempo, el pensamiento crítico, complejo, contextualizador y globalizador, predomina, en mentes ávidas de conocimiento. Este es a su vez, un mundo permeado por la solidaridad, la responsabilidad y la tolerancia. Fundamentados todos en una apertura ecológica-espiritual; impulsada por un nuevo sentido de humanidad y una noción renovada de ciencia y de religión.
Bajo esta visión, el ser humano se encuentra inescapablemente inmerso e implicado -como agente auto-eco-organizador y constructor del nicho- en un universo complejo, inabarcable y contingente. Se encuentra sumido, de manera irremediable, en un mundo de múltiples posibilidades y dominios; cuyas dinámicas autopoiéticas y potencias de orden-desorden-organización, escapan en última instancia a lo que nuestra razón y habilidades científicas son capaces de abarcar y comprender en su totalidad.
Es un universo maravilloso, imbuido por el Espíritu. Y permeado a su vez, por la omnipresencia del misterio.
Como bien lo ha señalado el filósofo de la complejidad, Edgar Morin, la Tierra no es la adición de un planeta físico, más la biosfera, más la humanidad. La Tierra es una totalidad compleja física/biológica/antropológica, donde la vida es una emergencia de la historia de la Tierra y el hombre una emergencia de la historia de la vida terrestre. Quizás es tiempo ya de aceptar la incertidumbre y la inquietud, de asumir el dasein, el hecho de estar aquí sin saber por qué “…en el pequeño planeta donde la vida levantó su jardín, donde los humanos levantaron su hogar, donde la humanidad debe reconocer ya su casa común.”

  • José Ml. Rodríguez Arce (Asistente del Laboratorio de Estrés, Psicobiología y Herbología, UCR)
  • Opinión
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