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Evocaciones de un viaje reciente

A la memoria de José Roberto Pacheco Aguilar

A la memoria de José Roberto Pacheco Aguilar
Después de atravesar de una manera que se me pareció, por momentos, a la ejecución de un acto casi imperceptible y carente de importancia, la imaginaria línea fronteriza viniendo de la localidad costarricense de Los Chiles, continuamos el viaje en bote a motor por las oscuras aguas del río Frío, rodeadas de una vegetación cubierta de parásitas, hasta que de repente, terminaron por aparecer ante nuestra ansiosa mirada, las aguas del enorme lago Cocibolca o de Nicaragua, brindándonos un panorama que nunca habíamos tenido la oportunidad de observar y que sólo imaginábamos, a partir de relatos de otros viajeros, de muchas e imprecisas maneras, como suele suceder con casi todo lo que es todavía ignoto para nosotros; sólo que ahora el hecho mismo de encontrarnos allí terminaba suscitándonos grandes y encontradas emociones.
Todo ello ante la súbita aparición de un espectáculo de suyo imponente caracterizado, en gran medida, por la tonalidad gris de esas aguas tranquilas en la superficie, la que concordaba con el cielo nuboso y también grisáceo de esa tarde y así, mientras nos aproximábamos al puerto nicaragüense de San Carlos, situado en la ribera del costado oriental de aquella  inmensa masa acuífera lacustre y cuyas edificaciones nos resultaban bastante visibles, por estar ubicado en un terreno más alto conformado por colinas y pequeñas planicies, en contraste con las llanuras que vienen desde el lado de Costa Rica, una emotiva oleada de recuerdos  termina por estremecernos en lo más hondo de nuestro ser. De esta manera, proseguimos nuestro desplazamiento sobre las aguas ondulantes y agitadas que distinguen y dan origen al río San Juan, a partir del enorme caudal del propio lago y propulsados por la fuerza de las que deposita el río Frío al desembocar en la tranquila inmensidad lacustre, las que permiten apreciar los contornos de las aguas del río que allí nace y se lanza presuroso hacia el mar Caribe, ofreciéndonos un vivo contraste con la enorme masa del lago que va quedándose atrás.
Las calles, ahora adoquinadas como resultado de una acción  municipal muy reciente, de la localidad o puerto de San Carlos de Nicaragua, cabecera del Departamento de Río San Juan, situado en la ribera oriental del lago Cocibolca y frente al vértice formado por aquella y la ribera sur, lugar o cuna del río San Juan, ofrecen un agradable espectáculo conformado por las construcciones de uno o dos pisos, con sus coloridos balcones de madera y los irregulares recorridos de sus calles que terminan por formar todo un laberinto, entre las curvas y las numerosas cuestas que hay que recorrer o subir, de manera indistinta. Un poco más allá, con rumbo hacia el norte y hacia el este, en el sitio más alto de la pequeña ciudad, después de atravesar la plaza,  se pueden apreciar los restos del antiguo cuartel o fortaleza, construida en tiempos coloniales para contener a los piratas ingleses que incursionaban desde el Caribe y que sirvió a la Guardia Nacional Somocista para masacrar, desde su imponente atalaya, a muchos combatientes sandinistas que debieron recorrer, bajo intenso fuego enemigo, una gran planicie para aproximarse a sus instalaciones, durante el ataque al Cuartel de San Carlos que aquellos protagonizaron, en octubre de 1977. Eso, ya es historia reciente de la región, como un recordatorio de que somos apenas una pequeña parte de una inmensa humanidad cuyo tiempo planetario es si acaso perceptible, en alguna medida.
Unos días después habíamos llegado, luego de sucesivos recorridos a la isla Fernanda, una de las más importantes del Archipiélago de Solentiname y próxima a la de Mancarrón,  la principal, todo un lugar de sueños y utopías forjadas por los isleños, hace unas pocas décadas, cuando poeta y monje trapense Ernesto Cardenal dio impulso desde allí, a muchas expectativas e iniciativas de los habitantes de la isla  Mancarrón, que hoy nos ofrecen sus artesanías en madera, conchas y vidrio con motivos de la singular fauna lacustre, todo ello al lado de  una gran cantidad de obras pictóricas, expresiones de una pintura ingenua (ou naïf, ne c`est pas?), con sus paisajes multicolores y siempre cargada de detalles, un arte pictórico al parecer emparentado con el de sus homólogos: los artistas haitianos de la ciudad sureña de Jacmel. Las utopías y los sueños forjados en esas tierras insulares, hace ya algún tiempo, no han muerto del todo, podemos asegurarlo con alegría.
Llueve y las aguas grises del gran lago se tornan bastante agitadas sacudiendo a la pequeña embarcación en la que hemos salido, desde la isla Fernanda a visitar la casa, un tanto aislada, de unos amigos de nuestro querido huésped granadino quien había venido construyendo, a lo largo de más de diez años, un bello hábitat en ella, un sueño que compartió y vino concretando con algunos compañeros suyos, de ambos lados de la frontera de las dos naciones ribereñas del río San Juan, porque los seres humanos no tenemos otra frontera que nuestra conciencia, sobre todo teniendo en cuenta que, al fin y al cabo, la humanidad es y seguirá siendo una sola.
Una bandada de aves vuela, casi sobre nuestras cabezas mostrando su alegría, decimos nosotros, ante la  copiosa lluvia reciente que ya se ha ido. Quisiéramos retener ese momento tan pleno que hemos vivido, pero sólo nos queda mirar las agitadas, y ahora algo turbias, aguas del lago  Cocibolca  para luego despedirnos, de cierta manera, con un hasta siempre…

  • Rogelio Cedeño Castro (Catedrático UNA)
  • Opinión
Sandinism
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