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Revista Dominical. LA REPUBLICA. Domingo 25 de octubre de 1987 A DE DE VALORES Pero aún ocurrirían peores reveses.
Exceptuando una breve mejoría en los tres primeros meses de 1930, los precios continuaron descendiendo hasta el verano de 1932. Para entonces, el valor medio de 50 valores industriales clásicos había bajado de 252 a 61, y los hubo que bajaron aún más.
Las acciones comunes de la Steel Co. por ejemplo, que pasado el Día del Trabajo (primer lunes de setiembre) de 1929 se endieron a 262 dólares por acción, se vendían a 22 dólares en julio de 1932.
Acciones que se habían vendido a más de cien dólares, bajaron a medio dólar, mas o menos.
La quiebra de Wall Street en el otoño de 1929 fue el heraldo de la crisis de la industria norteamericana, y de la gran depresión. Al desaparecer la fe en la economía, los inversionistas dejaron de gastar pródigamente en la expansión industrial.
Cayeron los ingresos de los consumidores, y éstos dejaron de comprar. La disminución de las ventas provocó la cancelación de órdenes de producción; otras clausuraron.
La Ford Motor Co. redujo la semana de trabajo de seis, a cinco días en la primavera y a tres en el otoño de ese año. La General Motors vendió cinco millones y medio de automóviles en 1929 y sólo millones en 1931. Entre 1931 y 1933, la producción industrial se redujo en más de la mitad; el ingreso nacional, en 75. y los precios de mayoreo en cerca de un tercio. El número de cesantes subió de millones en 1929 a más de 12 millones en 1932, es decir, casi el 25 de la población trabajadora, cifra aterradora si recordamos que hoy se tiene por peligrosa una proporción del La crisis sovacó la confianza en los bancos. Los depositantes se apresuraron a retirar sus ahorros, pero muchos de los bancos de vieron imposibilitados a satisfacer las demandas de sus clientes, porque también ellos se habían dedicado a especular en valores. La consecuencia fue que en años 000 bancos norteamericanos se declararon en quiebra.
Fueron tantos los de Detroit que cerraron sus puertas, que los trabajadores de esa ciudad no podían hacer efectivo los cheques de su salario; en Boston, a la policía se le dejó de pagar por algún tiempo. En el Medio Oeste los agricultores no tenían dinero para el forraje de sus animales, y las vacas dejaron de dar leche; en otras partes, las verduras se podrían por falta de compradores.
Repentinamente, la historia de los éxitos del capitalismo se leían al revés. En todo el mundo occidental, hombres y máquinas estaban parados. La gran economia industrial se detuvo con gran rechino de ruedas. En las ciudades, los hombres recorrían las calles en busca de cualquier trabajo que les permitiera mantener a sus familias. Hacían cola en las cocinas públicas, dormían en los refugios municipales. Abogados, ingenieros, arquitectos, maestros, paleaban nieve y cavaban zanjas. Había hombres que vendían manzanas en las esquinas o hacían dibujos en la aceras para recoger algunos céntimos entre los transeúntes. La juventud, que sólo veía ante si un futuro sombrío, se desmoralizó. Hombres en la plenitud de su vida quedaron amargados, y se perdió la propia estimación al verse obligada la gente a vivir de la caridad, de lo que les daban los parientes, de las dádivas del gobierno. Nadie que haya vivido ese período podrá olvidar la angustia, la desesperanza: toda una generación quedó marcada.
Todos los países se encerraron en sí mismos buscando la protección de su economía. Fijaron cuotas de importaciones y sujetaron el comercio a licencias y reglamentos; celebraron pactos bilaterales con otros países; empezaron a exportar sus productos a precios inferiores a los en el comercio mundial. Así, pues, los Estados Unidos exigían oro en pago de sus ventas, en vez de yens, marcos y libras.
Pero dichos países no podían pagar con oro, por lo que se esforzaron por lograr la autosuficiencia y establecieron el trueque de productos Antes de la depresión, el comercio era multilateral, sistema que permitía a un comerciante chileno, por ejemplo, vender nitratos a la Gran Bretaña, mientras otros chilenos podían comprar aparatos de precisión en Alemania o perfumes en Francia. Las ventas efectuadas a un país equilibraban las compras hechas a otro.
Ahora desaparecían la especialización regional y el libre cambio entre compradores y vendedores, y el comercio se hacía cada vez más bilateral. El importador sólo podía comprar en los países a los que el suyo hubiera enviado ya exportaciones suficientes. El contraste con la estructura anterior a 1914, cuando el comercio unía a las distintas partes del mundo, no podía ser más notable. Los gobiernos ejercían sobre el comercio un control nunca visto en tiempos de paz. El resultado de esa politica nacionalista fue que casi todos los países operaban con propósitos opuestos, haciendo casi imposible la restauración del comercio internacional.
Cuando la situación era más crítica, Franklin Delano Roosevelt fue elegido presidente de los Estados Unidos por una mayoría aplastante.
En 1933 Roosevelt se apresuró a poner en marcha el célebre New Deal. El gobierno federal subsidió obras públicas, programas de conservación de recursos y de construcción de viviendas populares. Creo fuentes de trabajo y alivió la situación de los desempleados con pago de ayudas.
Concedió asistencia financiera a las empresas amenazadas de paro. Desarrollo sistemas de electricidad y riego que transformaron la vida en regiones enteras y que, más tarde, sirvieron de modelo para la rehabilitación de la tierra en los países subdesarrollados del mundo. Se iniciaba asi la recuperación que, desdichadamente, desembocó al fin en otra guerra mundial. cotizados en el mercado interno, y elevaron las tarifas a las importaciones. En 1930, Estados Unidos introdujo las tarifas más altas de su historia.
La crisis afectó las finanzas en todos sus aspectos. pesar de la depreciación del patrón de oro y de que ya ningún país tenía que respaldar su dinero con determinado porcentaje de oro en barras, el metal amarillo siguió siendo un problema. Las monedas de Japón, Alemania e Italia eran inestables e inflacionadas, por lo que nadie las aceptaba Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.

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