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bei 1811995 LA REPUBLICA. Domingo de febrero de 1989. 13 FOPINION Alajuelita Dios que Son nuevas remembranzas. Es que cuando pasamos los cincuentas, es muy común que nos dediquemos a ver hacia atrás. Ya hay senda, hay estela. Como dijo el filósofo, somos pasado. El futuro es lo está sonando que será ΕΙ presente es un eterno dejar de ser.
Alajuelita fue. Era una iglesia plateada con un Cristo Marco Retana negro. Era una piaza de fútbol, al frente; una escuela, un cine, dos salones de baile, varias cantinas y una calle a San Felipe, una a San José, una a Concepción y una a San Josecito.
Allá en el alto de San Josecito vivió Aguilar Machado con sus espiritus.
Esa calle seguia empinada hasta perderse en trillos que los llevaban a La Cruz. La de antes. Hoy llena de bombillos me huele mucho a finales del siglo XX; y los finales me caen mal. Es un modo de decir adiós, y me gustan los hasta luegos. Detrás de la iglesia había cafetales, y unos trescientos metros detrás, hacia el rio, estaban los potreros de Secundino Picado, que fueron los famosos potreros de Alajuelita.
Chepe Ureña ha inmortalizado algunos de ellos en sendos lienzos que por ahi andan en algún drive inn. El Ministerio de Cultura los rescatará para el gran museo del pueblo, cuando lo considere necesario. Por lo pronto, se llenan de grasa y humo. En esos potreros había chica, y guaro, y guarape, y chicha y. Bajo la sombra de los árboles nuestra madre extendia el mantel o la pieza de tela que jugaba ese papel. Allí los huevos duros, la gallina enjarrada, los frijolitos molidos en sus respectivas tortillas, legítimas, del comal al brasero, del puro maíz de nuestro montes. Allí la taza de café, la chicha prensada. la torta de huevo. Una mujer estornuda en la parte alta del potrero. De pronto la vemos correr entre apenada y confusa: su dentadura postiza rueda por la falda y casi llega al río.
Un caballero que no faltan en estos escondrijos, se agacha muy solemne y entrega a la dama el objeto de su confusión. Una limpiadita, y a ocupar el lugar para el que los destino Nicolasillo Meza.
Eran los tiempos de las carretas; desde la madrugada se escuchaba el traqueteo de las criollas por las calles de Aserri, de San Rafael Arriba, de San Juan: bajaban de calle Máquinas, de Poás, de Salitrillos; algunas venían de bien lejos: de Frailes, Santa Elena, San Ignacio, La Legua, doce catorce, veinte horas de jornada. Dos, tres días de venida; dos, tres dias de regreso. Una limosna para el Santo Negro; la confianza en que el santo satisfaría sus necesidades; la bella ingenuidad del campesiono que deja en las manos de sus dioses cosecha e hijos. Cuando Luisillo iba a nacer venía de pie. La comadrona encendió un culito de candela a Santocristo y le hizo una promesa.
Unas horas después Luisillo se dio vuelta. Hoy lo han traído desde Llano Bonito, y le han hecho la cruz con agua bendita. En los potreros empieza a atardecer. Las gentes de las carretas preparan sus regresos.
Mientras tanto, al frente de la iglesia, en lo que es la plaza de fútbol, otra versión de las fiestas está en plenitud: los caballitos, la rueda de Chicago, la bruja, el Chinchiví, el trompo, la bolita: estafillas bautizadas por la costumbre y la finalidad; las loterías para el Santo. Lo juegos de azar dejan de ser malos cuando llevan santas finalidades. Más noche los bailongos, las corridas de toros, la chicha, el guarapo. Yun lento traqueteo de carretas y boyeros que en caravana buscan los montes de la patria para esconderse por doce meses más, uncidos al yugo, mientras vuelven las fiestas de Alajuelita. Eran aquellos tiempos.
No es del todo verdad el afirmar que los ruidos impiden absolutamente la concentración por lo molestos que Juan Luis Mendoza resultan. si tal sucede no es por culpa de los ruidos sino porque no los sabemos manejar. Los rechazamos, a veces hasta con enojo; y entonces los sentimos como un mal y sufrimos doblemente: porque los rechazamos y por el modo airado con que lo hacemos.
Los ruidos distraen y hasta molestan porque en vez de aceptarlos y convertirlos en un medio para lograr el silencio deseado. se les rechaza con ira, convencidos de que en un ambiente así no se puede hacer nada, pues es incapaz de concentrarse.
Veamos, no obstante, como los ruidos no sólo se pueden neutralizar sino que hasta se pueden convertir en fuente de bien. Con los ojos cerrados y tapando con el pulgar su oído. escuche el sonido de su respiración. Después de respirar profundamente unas diez veces, lleve sus manos muy despacio a su regazo, mientras permanece con los ojos cerrados. Estando así, presta atención a todos los ruidos que le sobrevengan. Los de lejos y los de cerca, los fuertes y los suaves. Hágalo sin pretender identificarlos, sino tomándolos como un todo.
Se dará cuenta de que los ruidos dejan de molestarlo y, más bien, le han servido para profundizar en su silencio interior y para sentirse más relajado y dueño de sí mismo y de cuanto le rodea: los ruidos mismos, por ejemplo.
Pero hay más. Incluso le han podido servir para que en ese silencio que implica el escuchar los ruidos se ha ido desarrollando el corazón, es ACION PRESTAMO decir, ese poder mistico que hay dentro de cada hombre para buscar a Dios y unirse a El en la contemplación. Si. Dios está también en los ruidos, y en ellos se le puede contemplar.
Otro ejercicio. Trate de escuchar todos los ruidos que le rodean, igual que en el caso anterior, sobre todo los más imperceptibles. Centre la atención en el acto de oir. Qué siente al tomar consciencia de que puede oír. Qué siente: gratitud, gozo, amor, etc. Repita el ejercicio, alternando la atención a los ruidos, por una parte; y, por otra, al hecho mismo de oír. Piense a continuación que los ruidos, por más estridentes que sean, son producidos y sostenidos en Última instancia por el mismo Dios. Piense, como dice Tony de Mello, que Dios está sonando a su alrededor. descanse en ese mundo de los ruidos. Descanse en Dios, Quizá todo esto que lo comprenden muy bien los niños. sorprenda y hasta escandalice a los sabios y entendidos. Se trata, en todo caso de un lenguaje bíblico. En efecto, en la Biblia, yendo más allá de las causas segundas, todo se atribuye a la causa a primera, a Dios. Hasta un cabello de la cabeza no se cae sin que Dios lo sepa y lo permita.
La verdad es que Dios actúa en todo por medio de las causas segundas: las nubes, una medicina, un gobernante, una sencilla persona que nos visita, las sensaciones corporales, el ruido. Todo.
Ese ruido o sonido lo pueden constituir las palabras de una frase que se repite. Dicha la frase, se escucha el silencio que sobreviene inmediatamente.
Otro tanto se puede hacer provocando un ruido sobre un elemento y percibir a continuación cómo se pierde en el silencio y nosotros con él.
En fin, lo que se busca es hacer de los sonidos o ruidos, de enemigos, amigos, que nos ayuden a encontrarnos con nosotros mismos en el silencio.
Con Dios, y ese cúmulo de bienes con que se acompaña.
Mr. Bernard, barrendero Pierre Thomas Claudet quisiese cumplir con sus funciones por pereza funcionaril. De hecho, el siempre estaba dispuesto a ayudar a sus coterráneos en sus menesteres domésticos cuando alguien lo requería. Además, con regularidad y en compañía de algunos chicos, Mr. Bernard visitaba ciertas casas para ayudar a sus moradores (personas ya mayores y con dificultades para desplazarse) a realizar el aseo cotidiano de sus moradas.
Cada vez que observo nuestras calles adornadas con todo tipo de desechos recuerdo con nostalgia a Monsieur Bernard, el barrendero municipal del barrio en el que transcurrió parte de mi juventud.
Era un señor ya mayor que desde tempranas horas de la mañana recorria, con su carretillo cerrado, las calles del barrio, recogiendo alguna que otra basurilla que un descuidado había dejado caer o que el viento trajera.
Alto, y con un porte imponente, Mr.
Bernard era a la vez el terror y la atracción de chicos y grandes; terror porque con su vozarrón fulminaba a cualquier vecino al que hallara botando un papel, colilla o lo que fuere, en lugar de depositarlo en los basureros estratégicamente dispuestos para tal efecto en las aceras. no importaba que el infractor fuese niño o adulto, ama de casa o encumbrado profesional, con todos ellos él se mostraba intransigente en lo referente a la limpieza y al orden, haciendo habitualmente pasar al culpable un muy mal rato ya que todo el vecindario se enteraba de su pecado. En ningún momento semejante escándalo podia atribuirse a que Mr. Bernard no Cuando no hacía sus rondas, Mr. Bernard acostumbraba a sentarse en un poyo del parquecito, siendo rápidamente rodeado de muchos niños que acudían a él ya sea para que les reparara algún juguete roto, los consolara por haberse caido de la bici, la patineta o el columpio, o les curara los rasguños gracias al botiquín que siempre lo acompañaba. Con frecuencia desempeñaba incluso el papel de niñera. cuidando de un bebé en su cochecito mientras la madre atendia algún asunto urgente. Además, casi a diario, reunía a los chiquitines para contarles algún cuento, el cual a menudo versaba sobre los méritos del orden y del aseo, y la responsabilidad de los héroes con respecto a los demás, siendo escuchado con mucha atención por parte de su auditorio.
Muy orgulloso de su profesión, Mr. Bernard consideraba (con mucha razón) que sus funciones eran muy importantes, incluso más que las del médico del barrio (quien lo respetaba profundamente) ya que gracias a su trabajo y a sus enseñanzas los vecinos no sólo vivían en un entorno limpio, orgullo de todos, sino que aprendían a protegerse de la suciedad y no necesitar, por lo tanto, gastar dinero en consultorio del doctor.
Cuando Mr. Bernard falleció (sin haberse jubilado, pese a su gran edad) todo el barrio asistió a sus exequias y le rindió un muy sentido homenaje por su trayectoria como empleado municipal y, principalmente, Educador. su vez, su sucesor adoptó el mismo esquema de trabajo y de relación con los vencios, convirtiéndose rápidamente, al igual que Mr.
Bernard, en una de las personas más estimadas y respetadas de ese barrio de la ciudad de Lausanne, orgulloso de su cultura del orden y de la limpieza. para bien de todos.
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