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rante su corta Administración, se emitieron importantes leyes, se cons!
truyeron caminos y, en una palabra, se continuó dando al país el impulse que, por la senda del progreso, le imprimieran los antecesores en el ejercicio del Supremo Poder El movimiento político que nos liemos referido antes y que dió lugar su destierro, determinó el fin de su apenas iniciado Gobierno, que sin duda en su período completo hubiese permitido cosechar más sazonados frutos.
Don Manuel Aguilar murió el de Julio de 1846, cuando representabr su país en la Dieta Controwericana, reunida en el Estado de Salvador. Cuento Místico SANTA CATALINA DE SENA NICOLÁS TULDO La ciudad de Sena era como la enferma que busca vanamente un lugar cómolo en el lecho para engañar sit dolor. Había cambiado muchas veces su gobierno republicano por consulados y por asıımbles de burgueses, pero los gobernantes civiles se mostraron débiles ineptos y el pueblo los arrojó del poder.
El año de 1368 de la gloriosa Encarnación del Hijo de Dios, el gobierno se compuso definitivamente de catorce Magistrados, escogidos entre los arte sanos más lionrados de la ciudad, y se formó un Supremo Consejo llamado El Monte de los Reformadores Pero el pueblo que los había levantada al poder, dejó subsistir Los Doce, que eran doce banqueros nobles. Estos conspiraban para vender la ciudad.
El César alemán era el alma de la conspiración y ofrecía sus lansqueuetes para asegurarse del éxito; quellos artesanos eran implacables para juzgar los conspiradores, y supieron que un gentil hombre de Pusea, llitmado Nicolás Tuldo, había sido enviado para cutratar la compra de la cia.
dad. Este gentil hombre era apuesto y joven, sabia sedutir las mujeres y ya había ganado muchos prosélitos su conspiración, cuando los Magistrados del Monte de los Reformadores, lo hicieron comparecer ante su Sere.
nísimo Consejo, y habiéndolo juzgado, lo declararon culpable de atentar contra la libertad de la ciudad. Nicolás contesto con altanería a todos aquellos zapateros y carniceros; pero cuando se le notificó la sentencia de muerte, se desvaneció, y así le condujeron a la cárcel. Volvió en sí y toda su sangre y su espíritu se revelaron ante la idea de morir. Todas las placenteras imágenes de sus pasados goces le obeecaron, y al pensar que no volverían nunca, se tornó en desesperación su asombro. Se golpeaba contra los muros y contra las rejas de su prisión; los gritos vino el careelero y le encontró por tierra, bañado de sangre y de espuma. Se dio cuenta al Consejo del Monte de los Reformadores, y Juan Rancontí, ladrillero, habló así. Este hombre debe pagar su crimen con la muerte; pero su alma es de Dios, puesto que Éi la creó, y no conviene que muera en la desesperación y en el pecado. seguremos, pues, su salvación eterna por cuantos medios estén nuestro alcance.
Matteino Renzano, panadero, se levantó también y dijo: 459
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