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Has hablado muy bien, Juan Rancontí, y conviene enviar a Catalina la prisión del reo.
En aquel tiempo Catalina, hija de Giacomo, perfumaba la ciudad con sus virtudes. Habitaba una celda en la casa de su padre y vestía el hábito de las Hermanas de la Penitencia. Bajo su traje de lana blanquísima ocultaba un cilicio y todos los días se disciplinaba una hora; algunas veces enseñaba sus brazos macerados y cubiertos de llagas y decía. Hé aquí mi belleza.
En aquellos años tristísimos para la ciudad de Sena, Catalina visitaba los prisioneros y los enfermos.
Catalina, advertida por los Magistrados, fué visitar Nicolás Tuldo su prisión. Le encontró blasfemando y tendido sobre el pavimento. Entonces Catalina levantándose el velo blanco con que se cubría la frente, se inclinó enjugar la espuma que manchaba la boca del blasfemo.
Nicolás ia miró ferozmente y la dijo. Vete, te odio porque eres de Sena. Oh Sena, verdadera loba que hundes tus garras en el cuello de un gentil hombre de Perusa. Hermano mío, dijo Catalina. qué importa una ciudad y qué importan todas las ciudades de la tierra, junto a la ciudad de Dios y de sus ángeles?
Soy Catalina y vengo invitarte las nupcias celestes.
La dulzura de la voz y la virginal belleza de Catalina esparcieron la calma en el espíritu de Nicolás.
Recordó los días de su inocencia y lloró como un niño.
El sol se levantaba sobre los Apeninos y blanqueaba la prisión con sus primeros rayos.
El alba, dijo Catalina de pie, hermano mío, vamos a morir, y levantándole le arrastró hasta la capilla en donde Fray Cattanio le confesó. Nicolás oyó misa y comulgó. Después se volvió hacia Catalina y le dijo: Quédate conmigo, no me abandones y moriré contento.
Las campanas anunciaron el momento de la ejecución. Hermano mío, dijo. atalina, te espero en el lugar del martirio.
Nicolás contestó entonces. Cuánta felicidad hermana mía! Me parece muy lejos todavía ese momento y me tarda ya llegar al cadalso.
Las calles estaban llenas de curiosos; después de haber caminado mucho, llegaron una de las alturas que dominan la ciudad, y desde donde se miraban los campanarios, las torres y las colinas. Oh Perusa! murmuró Nicolás, pero el pensamiento de Catalina le llenó de alegría el alma.
Llegaron al cadalso y allí estaba arodillada Catalina. Nicolás subió muy serenamente las gradas del patibule.
Catalina se levantó y le recibió como la esposa recibe al esposo, se arrodilló cerca de él, y ella misma le colocó la cabeza sobre el blanco.
Después murmuró: Jesús sálvalo. El verdugo dejó caer su espada y Catalina recibió la cabeza entre sus manos; y la sangre que brotaba del cuello del ajusticiado bañó a Catalina y ésta se desvaneció junto al cadalso.
Dos mujeres de la Orden Tercera al verla sin conocimiento, se acerearon limpiar la sangre con una esponga; pero Catalina, volviendo en sí, murmuro. He visto el cielo! No me limpiéis esta sangre del pecador convertido, no me quitéis mi perfume ni mi púrpura.
AXATOLE FRANCE 460
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