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ro. Refiero estas cosas, no solo por gratitud, sino por el deber que tengo de ir mostrando el modo como los españoles se conducen en su casa con los hispano americanos. GASPAR NÚÑEZ DE ARCE El gran poeta estaba ya de mala salud cuando le conocí. Sin embargo, asistía la Academia, presidía la Asociación de escritores y artistas españoles y la sección de Lectura y Artes del Congreso Ibero a nericano.
Era pequeño, delgado, de aspecto marcadamente senil. Aquel noble y grande espíritu tenía una figura corporal sin atractivo. Era un anciano prematuro. Pero al tratarlo y oirle hablar sobre la humanidad, sobre asuntos de arte, sobre cosas eternas, parecía un joven, en la vehemencia, en el entusiasmo por la Libertad, por los grandes ideales, por la Justicia y el Derecho. Tenía una gran fuerza de volundad y trabajaba mucho a pesar de su enfermedad. No obstante, tenía horas en que las fuerzas le faltaban. Llegó un día la Academia, pocos momentos antes de comenzar la sesión. Me acerqué saludarlo y noté que tenía descompuesto el semblante y respiraba con dificultad.
Eot. Ruda San José. Estación del Ferrocarril al Pacífico. Qué tal está Ud. Gaspar. Mal. Esto se va. esto se va. Zuleta. No lo crea Ud. le decía yo, es cosa del momento.
Comenzó la sesión, me estrechó la mano y me dijo: Si esto sigue así, asistirá Ud. mañana mis funerales, y pasó a ocupar su sillón, Núñez de Arce era muy querido en España. Su carácter benévolo, su alma novilísima, su corazón de niño lo hacían querer de todos los que lo 557
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