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Los explotados de las letras La señorita Ivette Gilbert, cantadora célebre y novelista famosa, acaba de ganar un proceso.
Los Jueces la han declarado autora de su libro La Vedette, a pesar de que un joven escritor, Arturo Bill, ha podido probar, con cartas y manuscritos, que lo único que esta obra tiene de la cantadora, es la firma. Yo lo he hecho todo dice Bill yo he imaginado la acción; yo he escrito desde el primero hasta el último capítulo; yo he corregido las pruebas, en fin. el Tribunal ha contestado. Está bien. Pero ¿no le pagó Ud. la Srita. Gilbert su trabajo. Sí? Pues, en tal caso, nada puede Ud. reclamar.
La novela tiene de ella algo más que la firma, y es el haberle costado su dinero.
Bluy bien, muy justo. Si un literato se encuentra en misera.
ble situación y tiene que escri.
bir para que otros firmen, por lo menos está obligado ser leal. Porque cobrar primero prometiendo discreción y luego pretender más dinero por callar, es cometer el delito de chantage. así, si Ivette Gil bert se pone en ridículo por adornarse con talentos ajenos, por querer ser lo que no es, por tratar de entrar en un gremio que no es el suyo, al Sr.
Bill le sucede algo peor al hacerse culpable de la menos noFot. Rojas Flores ble culpa.
Un precioso cuadro de familia Es inútil llorar pensando en él.
Si queremos ser tiernos y sufrir altruistamente por las penas de los que se dejan explotar, recordemos la vida lamentable de otros muchos que han escrito libros admirables, para que los firmaran caballeros ricos, y que han sabido callar y sufrir. Recordemos aquel pobre Pierre de Millot, del cual nos habla Maurevet en uno de sus preciosos artículos, y que murió sin fama, sin fortuna, casi sin pan, después de haber eserito diez novelas que han alcanzado centenares de ediciones y que llevan como nombre de autor, el de uno de los más famosos novelistas contemporáneos. Recordemos 668

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