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es. No se indignáis nagamos, emos, la conocer os sentila impoventana.
o almorla pared, de la regularidad de las comidas, del sueño en la misma cama, de cada acción repetida cada día; cansado de sí mismo, del timbre de su propia voz, de los actos que se repiten sin cesar, del estrecho círculo de sus ideas, cansado de nuestro propio rostro visto en el espejo, de los visajes que hace afeitándose, hay que partir, entrar en una vida nueva y distinta.
Los viajes son algo así como una puerta por donde se sale de la realidad conocida, para penetrar en una realidad inexplorada que parece un sueño. Una estación. Un puerto. Un tren que silba y escupe su primera bocanada de humo. Un gran vapor que sale lentamente de la bahía, pero cuyos flancos se extremecen de impaciencia y que va a desaparecer en el horizonte, en demanda de nuevas tierras. Quién puede ver esto sin envidia, sin sentir que se despierta en su alma el anhelo de los largos viajes?
Se sueña siempre en un país preferido, quién en Suecia, quién en las Indias, éste en Grecia, aquél en el Japón. Yo me sentía atraído hacia el Africa de un modo imperioso, por la nostalgia del Desierto desconocido, como por el presentimiento de una pasión que va nacer.
Salí de París el de julio de 1881. Quería ver aquella tierra del sol y de la arena en pleno verano, bajo el calor bochornoso, bajo la furia cegadora de la luz.
Todos conocen la magnífica poesía de Leconte de Lisle: Midi, roi des étes, epandu sur la plaine. Tombe en nappes argent, des hauteurs du ciel bleu. Tout se tait. air flamboie et brule sans haleine. La terre est assou pie en sa robe de feu.
El mediodía del desierto, el mediodía fulgurante por la arena inmóvil y sin límites, es lo que me ha hecho dejar las floridas orillas del Sena, cantadas por la señora Desbouliéres, los frescos baños de la mañana y la verde sombra de los bosques, para atravesar las ardientes soledades.
Otra causa daba por entonces mayor atractivo Argelia. BuAmema, el invisible caudillo, proseguía aquella fantástica campaña que tantas tonterías lia hecho decir, escribir y cometer. Se aseguraba que los indígenas preparaban una insurrección general, dispuestos intentar un postrer esfuerzo, y que en cuanto terminara el Rliamadán estallaría la guerra de un extremo a otro de Argelia. Era, pues, muy curioso estudiar los árabes en aquella ocasión, tratar de comprender su alma, cosa que importaba bien poco a los colonizadores, Flaubert decía veces. Es posible imaginarse el desierto, las pirámides, la Esfinge, antes de verlas; lo que no se puede imaginar antes de haberla visto es la cabeza de un barbero turco, en cuclillas delante de su tienda. No sería más interesante aun saber lo que piensa esa cabeza. la mañaara ir en amiliares, sos y plála que vienarchia, lelas sucias utables de GUY DE MAUPASSANT

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