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una pista para carreras pie, de un quinto de milla en perímetro; y un patio para los juegos de bola que requieren un espacio extenso.
En la construcción del campo atlético se gastarían aproximadamente 500 colones. El terreno propio para este objeto es el antiguo patio de un beneficio de café, propiedad del Liceo, que no tiene ninguna utilidad presente y que está separado del gimnasio del Liceo por el ancho de una calle.
El proyectado campo permitirá al profesor de gimnasia del Liceo dar sus clases, cuando le sea posible, al aire libre, y de este modo podrá hacer practicar sus alumnos estos dos juegos nacionales de los anglosajones, el football y el baseball, juegos hasta la vez prohibidos en las clases regulares de gimnasia, por la falta de lugar.
El profesor de milicia tendría allí un terreno adecuado en donde podrían hacer convenientemente sus evoluciones 200 alumnos o más. Los alumnos del Liceo después de las horas de clases, podrían ya practican comodamente sus juegos acostumbrados y dar frecuentes matches de football, baseball, tennis, cricket, etc. sin que el público, para presenciar estos juegos tenga que encaminarse la Sabana.
El campo, finalmente, podría utilizarse cuando fuera necesario, para fiestas escolares, manifestaciones y actos públicos.
Serían muchas importantes las ventajas que traería tal reforma, un trabajo de carácter permanente cuyos efectos inmediatos serían los de estimular y facilitar la práctica de los ejercicios físicos entre los alumnos de un plantel que ha sido llamado el primer colegio de Centro América. Louis Michaude Rio Janeiro Es una ciudad finamente bella, que se burla del equilibrio y de la geometria. Se ha formado caprichosamente, sus pies se bañan en el mar y su cuerpo toma las más extrañas posiciones del mundo. Sus casas se elevan hasta la cima de las colinas, en una farándula de techos rojos: van ocultarse en pequeños abismos sombreados por bambúes; vuelven sobre sus pasos y se agrupan tre.
chos se alejan, según las sinuosidades de la roca. Parece que se les ha tirado at puñadas. De veras que compadezco los desgraciados que no verán nunca Rio y se contentarán toda su vida con verancar en Royan y en Sables Oloune.
Casitas blancas, casitas rojas, callecitas empedradas de agudos guijarros, sin aceras, de modo que los coches invaden todo el ancho de la calle, rozan las puertas y aplastarian por docenas los transeuntes si no hubiera tiendas abiertas si los pobres transeuntes no tuvieran el supremo recurso, en el momento del peligro, de hundirse en un tonel de olivas melao.
Gastón Daunet 1890
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