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El último combate 11 ம.
be 7291 2017 20 SU Brasas que el soplo de la ira enciende del gran testuz entre la felpa de oro, lucen los ojos del soberbio toro que por la pampa su mirada extiende.
La tierra toda dominar pretende en homenaje a su imperial decoro; su voz, con ecos de clarín sonoro bronca y marcial por el espacio asciende.
Ha salvado sus predios; peregrino de apartada dehesa, en su camino todo le inspira rabia y desconcierto; y en mitad de la angosta carrilera ve venir hacia él, por vez primera un tren que asoma en el confín desierto.
Con impulso de roca descuajada, monstruo veloz que al galopar jadea, avanza el tren; en el espacio ondea su trágica melena alborotada.
En su marcha tenaz, desenfrenada, su férrea trompa inclínase y rastrea: es un lebrel gigante que olfatea la fuga de una liebre en la llanada.
Fiero prorrumpe en ásperos silbidos cuando el toro aparece en lontananza; el bruto le responde con bra midos: al ver la mole que hacia él a vanza, prepárase embestirla, recogidos sus nervios con indómita pujanza.
Ya llega; los puñales de su frente vibra feroz, y en loca arremetida, lánzase contra el monstruo que trepida llena de clamores el ambiente.
Suena un choque brutal, choque estridente de huesos rotos en atroz caída: vacila el tren con honda sacudida, sus carros se entrechocan rudamente.
Reina un instante de pavor profundo dentro de aquella máquina bravía: se alza un clamor liumano gemebundo.
Pero prosigue el tren: junto a la vía, sangriento, destrozado, moribundo, yace el bruto de olímpica osadía. bos Setiembre de 1906.
1894 Alfredo Gámez Jaime
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