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La orguidea No.
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visi diva (Para Páginas Ilustradas)
tar me siell tar las 110S 1111 En elegante pliego de papel, preciosamente litografiada, me llegó la participación de matrimonio de mi espiritual y bella amiga Luisa.
Sorprendióme al principio la noticia, pues aunque sabía que Enrique la cortejaba no creí que se llevara cabo tan pronto esa boda. Por qué? No podría contestar esa pregunta de un modo preciso y claro, pues tendría primero que entrar en largas explicaciones respecto de las relaciones que me unían con Luisa desde la niñez.
Juntos crecimos, juntos concurrimos la escuela; después nuestros maestros fueron los mismos y no sé decir si el amor que por ella sentía era de hermano o de amante.
Nuestras casas estaban contiguas y se comunicaban por el patio interior: nuestros padres eran íntimos amigos y nosotros nos considerábamos como parientes.
Cuando consecuencia de diferencias políticas el disgusto y el enojo surgieron entre ambas familias, nuestras relaciones no sufrieron ningún menoscabo: yo visitaba siempre a Luisa y era bien recibido por sus padres, y los míos veían sin disgusto la continuación de nuestra amistad.
Pasaron los años y yo, con mi título de abogado iba abriéndome camino y reconstruyendo poco a poco la mermada hacienda que lieredé; Luisa se había desarrollado y era una de las más bellas inteligentes señoritas de esta capital.
Nos encontrábamos con frecuencia en bailes, en el teatro y en las reuniones sociales y nuestras relaciones que las malas lenguas de San José calificaban de crónicas, eran siempre las mismas.
Nunca se cruzó entre nosotros una palabra de amor ni nunca creí amar a Luisa sino como una amiga como una hermana.
Pero ahora, ahí. ante mis ojos. en bella letra que me pareció de fuego, estaba la participación que vino disipar mis dudas, que vino a perturbar mi cerebro, que aclaró toda mi vida pasada. Sí, sin duda alguna, yo amaba Luisa. Por qué fatalidad, por qué imbecilidad de mi parte no había hecho uso de derecho que tenía su amor? Misterio es éste que aún no he resuelto. Tal vez sería porque Luisa siempre me parecía ser la niñita compañera de mis juegos. Tal vez porque los estudios y ocupaciones anejos mi carrera lubieran absorbido de tal modo mis facultades que nunca pensé en el amor, en el verdadero amor. Por último, tal vez fue porque creí que se me destinaba Luisa para mi que, por consiguiente, no tenía más que señalar el día de nuestra boda.
Repito, no sé lo que ocurrió que de tal modo me cegó. ahora ¿qué hacer? Mil ideas locas cruzaron por mi cerebro: un rapto, el suicidio, un duelo con Enrique, y otras y otras, lasta que vencido por la fatiga de lucha tan tormentos? quedé profundamente dormido.
Al día siguiente, muy temprano me levanté y escribí una tras otra más de veinte cartas Luisa y otras tantas Enrique. El resultado fué un montón de papelitos en mi canasta y dos plumas rotas. 2796 bo y re sas Sot cal nod quc det C11 сот de UI

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