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y sto eslla tio rá el on Eor ra 11e lé: es No, no era escribiendo que podía arreglarse eso. Debía hablar con ella Sí, eso era lo mejor.
Decidí no salir de mi casa sino cuando fuera hora de poder hacer una visita la de Luisa, y prepare libros, cigarros y café, me estiré en mi diván y empecé hojear volumen tras volumen sin entender lo que leía.
Unos golpecitos dados en la puerta de mi cuarto me hicieron saltar como si hubiesen sido otros tantos tiros de revólver.
Los nervios se apoderaban de mí. Quién? pregunté. Yo, señor. Pase adelante.
Tímidamente se abrió la puerta y por ella penetró Blas.
Blas es un viejo de Turrialba que viene cada mes más o menos y me trae orquídeas, palmas, helechos y plantas raras que yo le pago siempre muy bien.
Buenos días.
Buenos, Blas. Qué traes. Poca cosa señor, sólo una mata de parásila. Ah. Sí, pero muy rara; como yo nunca he visto. poniendo sobre el piso un saco pequeño de cáñamo empezó a soltar los complicados nudos con que nuestros campesinos atan siempre las cuerdas.
Vea y verá. Pero. y dí un salto hacia atrás, pues lo que entre sus manos tenía Blas me pareció un horrible monstruo, una araña gigantesca. Lo mismo me pasó mí cuando la ví colgando de la rama de un guachipelin. eso es una orquídea. Sí, señor, una parásita, como las llamamos nosotros.
Con mil cuidados tomé la extraña planta de manos del viejo.
Era horriblemente bella. El cuerpo principal lo formaba un bulbo del grosor de una nuez de coco del cual se desprendían seis enormes y retorcidas hojas que figura ban patas y antenas y dos raíces prodigiosas, largas, blancas y blandas, vellosas y arrolladas en estrecha espiral.
Sobre el bulbo veíase una admirable flor roja, carnosa, semejante a la cabeza de un monstruo desconocido. Admirable. exclamé. Sí, señor: y viera cómo huele! Pero sólo desde las ocho de la noche a las cuatro de la mañana se percibe su perfume. Es tan fuerte que da dolor de cabeza y marea. Extraño, muy extraño. murmura ba yo mientras examinaba detenidamente aquella planta prodigiosa. Le gusta. Ya lo creo. Cuánto quieres por ella?
Blas empezó por formar con el saco un paquetito muy apretado, cuidando de que no se hicieran arrugas, luego lo ató despaciosamente con el bra mante y después de escupir y toser, contestó tímidamente. Veinticinco colones.
Sin decir media palabra le pagué, se despidió y se marchó antes de que me hubiese dado cuenta de nada. Qué tesoro para mi colección de orquídeas. Cómo iba rabiar Underwood. y don Cleto? iy tantos más!
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