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te re su be Yo soñaba ya con que la planta llevara mi nombre: figuraría en los catálogos de los aficionados como muy rara, tal vez como única. Nada, mañana iría donde Anastasio Alfaro para que me dijese si conocía él esa orquídea. Qué iba a conocer. y qué satisfacción cuando, con misterio, lo llevara mi casa y le enseñara mi tesoro!
Busqué una canastilla de madera y coloqué amorosamente mi compra acomodándola entre musgo húmedo y pedacitos de madera podrida y suspendí el todo en el rincón más fresco del corredor que da mi jardín.
Pero; va iba a olvidar Luisa. Cómo es la humanidad!
que 111 st Slier Nada pude conseguir de ella. Ni siquiera explicaciones. No, nunca me había amado sino como un hermano; además, mi indiferencia hacia ella era tan clara que le extrañaba lo que ahora le decía. Por qué no lo había dicho antes? Durante tantos años sólo había sido si amigo, su hermano, nunca su amante, su enamorado. Sentía mucho lo que ocurría, pero ya eso no tenía remedio; estaba comprometida, se había participado su futuro enlace y ella se estimaba y estimaba demasiado Enrique y no sería capaz de ponerlo en ridículo. No había que pensar más en eso. Además, amaba tanto, tanto Enrique, que no veía cómo podría ella.
En fin, que volví desesperado mi casa. Me encerré en mi despacho y lloré «como una mujer lo que no supe conquistar como un hombre. Un furor malsano se apoderó de mí. De nuevo las ideas sanguinarias vinieron trastornar mi pensamiento.
ΕΙ con lado la Sa mien rrua noso aque exte amo paso so te de su tem hond Era de noche y por la entreabierta ventana entraba un airecillo fresco y perfumado. Decidí salir al jardín y dar una vuelta para calmar mis sobreexcitados nervios.
Apenas puse los pies en el corredor, un perfume capitoso, penetrante, raro, como compuesto de mirra y especies me rodeó, me compenetró casi me obligó huir.
Entonces recordé la extraña orquídea.
Mientras me acercaba al rincón donde estaba, trataba de analizar el olor que llenaba el jardín. Era una mezcla de bueno y de mal olor, algo como el de un cadáver embalsamado. Sí, eso es, putrefacción encubierta por un aroma. La luz de la luna caía de lleno sobre la orquídea y me permitió ver el espectáculo más raro.
Aquellas dos raíces blancas, blandas y velludas de que hablé, se habían desarrollado de su apretada espiral y bajando hacia el suelo se ceñían al rededor del cuello de mi perro favorito. Unos gemidos apenas perceptibles interrumpían el silencio de la noche.
De dos saltos me coloqué cerca de la planta asesina y, apenas hube tocado sus raíces, se arrollaron violentamente dejando en libertad al pobre animal.
méd juve vent las aver con en a ¡Ya tenía lo mi venganza. Qué idea tan sublime! Al siguiente día llevé. cuidadosamente envuelta en papeles, la planta misteriosa casa de mi rival.
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